ALICANTE. Hace unos años, el Instituto Juan Gil-Albert publicó un libro de los historiadores Francisco Moreno Sáez y Juan Martínez Leal titulado Dictadura, desarrollismo y cultura. La provincia de Alicante en los sesenta, que a mi parecer es poco conocido por el motivo que explico a continuación. Las publicaciones promovidas por universidades e instituciones suelen estar dirigidas a especialistas y no pretenden que alcancen una difusión entre el gran público, aunque algunas de sus obras sí podrían interesar a quienes, sin pertenecer al ámbito universitario ni ser expertos, les gusta mantenerse al tanto de la cultura en general. El mencionado ensayo es, sin duda, uno de esos casos.
En la introducción, los autores explican que el objeto del ensayo se centra en los años sesenta del pasado siglo en nuestra provincia —periodo que, según señalan, se ha venido en llamar la “década prodigiosa”—, aunque su estudio se prolonga hasta principios de los setenta. Asimismo, indican que se trata de una época poco estudiada y que se caracteriza porque se produjo un giro decisivo en la política económica de nuestro país que puso fin a la larga posguerra de penuria y aislamiento. Otro cambio trascendental, que transcurrió paralelo al económico, fue la aparición de una oposición a la Dictadura, sobre todo en la juventud.
De las cuatro secciones del libro, estas líneas recogerán el desarrollo económico y la vertiente cultural que, probablemente, sean las que más puedan interesar al lector.
En primer lugar, los autores analizan los cambios demográficos, entre los que subrayan los flujos migratorios, en particular las migraciones intraprovinciales, interprovinciales e interregionales que resultaron determinantes para el impulso socioeconómico de nuestra provincia. Asimismo, resaltan la importancia que tuvo la llegada de los denominados pied-noirs, expatriados argelinos, que con su espíritu emprendedor modernizaron nuestras ciudades con la creación de empresas y negocios de toda índole.
A continuación, abordan el panorama de las industrias alicantinas. La mayoría inició su andadura décadas antes e incluso algunas en el siglo XIX, pero en este decenio experimentaron un crecimiento inusitado. Entre ellas mencionan las canteras de mármol de Novelda, que fue el centro neurálgico, y las de Pinoso, Monforte, Monóvar, Algueña y La Romana; las canteras de arcillas, areniscas y calizas de Elda, Petrer y Monóvar; las fábricas de cerámica del municipio de Alicante; la industria del aluminio que se materializó en la década anterior con la construcción de una enorme fábrica en Alicante, pero que tuvo su esplendor en esos años; las salinas de Torrevieja que fueron las de mayor producción de Europa; la industria del calzado y sectores afines de Elche y Elda —sus focos más importantes—, junto con Villena, Monóvar, Petrel, Aspe y Sax; el sector textil de la comarca alcoyana, así como los núcleos de Villena, Elche y Crevillente; y la industria juguetera de Ibi y Onil.
También destacaron las industrias alimentarias: las bodegueras de Monóvar, Pinoso y Villena; la turronera de Jijona; la conservera de la Vega Baja, la de la pasa de Denia y la del envasado del azafrán de Novelda.
Especial importancia adquirió la industria de la construcción, pues en esos años llegó el turismo de masas que transformó radicalmente el litoral de la provincia. La expansión de dicho sector se desarrolló en dos áreas: la elaboración de materiales, como ladrillos, cemento y vidrio, entre otros; y la edificación, tanto de obra pública, como la impulsada por la iniciativa privada que desplegó un extraordinario dinamismo: se construyeron urbanizaciones, complejos residenciales, nuevos barrios, chalets, edificios y rascacielos. De esta forma, aumentaron no solo el número de viviendas —incluyendo segundas residencias—, sino también el de hoteles, restaurantes y comercios.
El auge del turismo se debió a que la población de los países occidentales vivió unos años dorados como consecuencia de la elevación del nivel de vida y de la conquista del estado de bienestar, unas vacaciones pagadas, un petróleo barato y el crecimiento del transporte aéreo, entre otros factores. De todos los posibles destinos, la mayoría de los europeos se decantaron por el sur del continente, siendo nuestra provincia uno de sus preferidos debido a que ofrecía sol, buen clima, playas y paisajes del interior pintorescos. Y de todas las poblaciones Benidorm se convirtió pronto en la meca del turismo, siendo la primera ciudad española que aprobó un Plan General de Ordenación Urbana. Viendo la importancia que iba adquiriendo el turismo se creó la Escuela de Turismo en Alicante con el fin de dotar de profesionales adecuados a su infraestructura.
Con el fin de sostener esta industria, resultó vital la creación de redes viarias e infraestructuras para el transporte y las comunicaciones. Se construyeron el aeropuerto internacional y la autopista A-7 en la que se dio prioridad al tramo Alicante-Ondara. Y para que se produjera este vertiginoso desarrollo económico, fue necesario un sistema financiero provincial propio, fundándose la Caja de Ahorros del Sureste y el Banco de Alicante.
Una vieja aspiración de nuestra provincia era contar con una universidad, pero siempre se topó con los recelos de las universidades de Valencia y Murcia. Finalmente, se concedió a los alicantinos un germen de universidad que se denominó Centro de Estudios Universitarios (CEU), y para ello no se levantaron unas nuevas instalaciones, sino que se decidió aprovechar los pabellones del Ejército del Aire de Rabasa, lindantes con el aeródromo, que estaban sin utilizar desde hacía tiempo.
Tras sortear dificultades de diverso tipo, sobre todo económicas y administrativas, se iniciaron en una primera fase los estudios de Ciencias y de Filosofía y Letras, y en una segunda Económicas, Derecho y Medicina. Pero, pronto surgió el problema de la falta de espacio que el arriba firmante puede dar fe al vivir en primera persona esos trepidantes años. Así, Derecho tuvo que ocupar la casa del coronel y la sala de disección de anatomía de Medicina se ubicó en el polvorín, que se encontraba elevado para evitar humedades.
Toda esta vorágine socioeconómica se acompañó de un impulso de la cultura, que se encontraba adormecida. En el teatro brillaron el grupo de La Cazuela de Alcoy, La Carátula de Elche y El Coturno de Elda por citar los más relevantes. En las artes plásticas aparecieron artistas como Eusebio Sempere, Arcadio Blasco y Juana Francés, cuyas obras obtuvieron repercusión fuera de Alicante.
En el campo de la música se consolidó el Instituto Óscar Esplá, que se fundó a finales de los cincuenta, y se creó la Sociedad de Conciertos a principios de los setenta; y despuntaron los cantautores Adolfo Celdrán y Ovidi Montlllor. La literatura contó con destacados nombres como Cerdán Tato, Enrique Giménez, Vicente Ramos y Rosa Ródenas, por mencionar a algunos. Se crearon el Premio de Novela Gabriel Miró, el Premio de Literatura Azorín y el Premio de Cuentos Ciudad de Villajoyosa, entre otros.
Por último, en el campo de la fotografía se fundó la Sociedad Fotográfica de Alicante que alcanzó en esos años un gran renombre. Entre sus miembros se encontraban Francisco Sánchez, Nicolás Collado y Gregorio Hernández “Goyo”, entre otros profesionales de prestigio.
En suma, una “década prodigiosa” que sentó las bases de lo que ahora es la provincia de Alicante.