Llegan las elecciones europeas, unos comicios muy importantes, que deciden la composición de unas instituciones de las que estamos muy alejados
VALÈNCIA. El Eurobarómetro apunta a que las próximas elecciones europeas van a tener una participación más alta de lo habitual o, al menos, superará la media que, en la Unión Europea, apenas está en el 62%. Suponemos que la acción de la Comisión Europea durante la pandemia y la guerra en Ucrania habrán acercado más las instituciones europeas al pueblo del envejecido continente. Pero otra cosa es que se logre entender la trascendencia y la complejidad de ese mundo que tiene sus sedes en Bruselas y Estrasburgo.
En el imaginario, sentimos más cercano el salón oval de la Casa Blanca que el despacho de Von der Leyen, o Downing Street antes que el de Charles Michel. Y mucho, claro, tiene que ver el cine y la televisión. En Europa andamos escasos de referentes como El ala oeste de la Casa Blanca, o films como Todos los hombres del presidente, pero parece que, gracias a la sobreoferta existente, ese hueco artístico se va llenando. Parliament, por ejemplo, es una de esas series, que, aunque sea una comedia, va haciendo ese trabajo de acercar y de familiarizarse con las instituciones europeas. Y lo hace desde su origen. Pues se trata de una coproducción entre Francia, Bélgica y Alemania. Y su director traza una sátira apta para los que sean, o no, amantes de la política y, de paso, genera una suerte de divulgación de cómo funciona la burocracia en el corazón de la Unión, sin dejar de burlarse de su modus operandi. Retratan sin dobleces a eurodiputados franceses, a los poderosos alemanes, a los caóticos italianos y, cómo no, a los españoles, aunque su fijación, en este caso, es máxima por los catalanes. Fetén. Toda la historia se cimenta en Samy, un asistente de un negligente eurodiputado francés, que tendrá que aprender rápido cómo funciona la maquinaria, sorteando su desconocimiento y torpeza.
Escribiendo esto, me imagino a Leire Pajín y a Sandra Gómez, por valencianizar el tema, recién llegadas al Parlamento, recogiendo credenciales, haciéndose las habituales fotos, recopilando información, instruyéndose para su misión y buscando el amparo de los y las eurodiputadas más veteranas para no perderse entre los edificios y encontrar sus despachos. En abril, Sandra Gómez, tras su elección por el profundamente enamorado del poder Pedro Sánchez, se puso las pilas para no convertirse en el Michel Specklin de turno (torpe e inocente político), ni tampoco en la pérfida Ingeborg (manipuladora y torticera política). Además, no irá acompañada del Samy de turno, aunque «haberlos haylos», tanto en el edificio Berlaymont como, muchos más, en el Leopold. No irá con Samy, y lo sabemos porque, en València, Sandra Gómez ha sabido rodearse de asesores de nivel, y se supone que hará lo propio en la gris Bruselas.
Allí es donde debe velar, como dicen las páginas gubernamentales, por los intereses de la ciudadanía, garantizar el funcionamiento democrático de otras instituciones de la Unión Europea y promover los derechos humanos dentro y fuera de la Unión. Aunque deberá gestionar la frustración. Bien se lo pueden decir la eurodiputada socialista que ha dejado esta carrera, Inmaculada Rodríguez Piñero, o Joan Calabuig, al que sucedió en el Ayuntamiento de València. Ambos pueden contarle la cantidad de trabajo que debe realizar y los tiempos de espera para que se acepten iniciativas que, una vez negociadas entre parlamentarios de distinto signo y nacionalidad, deben pasar por el complejo entramado legislativo, esto es, el Parlamento y el Consejo de la Unión Europea, que no es lo mismo que el Consejo Europeo aunque ambos tienen la sede en el mismo edificio, el Europa. Joé qué lío. Menos mal que tenemos a Samy.
Y a Pedro. Sánchez. Porque puede que si el barómetro continental hiciera una nueva encuesta tras la reflexión inaudita del presidente del Gobierno, se percibiría un interés inusitado por acudir a las urnas. Al mandar este escrito, estábamos a unos días de los comicios catalanes. Sí, pero que quedaron indudablemente marcados por la jugada del jefe del Gobierno. Imagino que hasta en los resultados. Y, entre eso y el Partido Popular en plena ofensiva, con la polarización en pleno apogeo gracias al trabajo que realizan las cloacas de un lado, sí, mucho, pero también del otro, da la sensación de que, aunque muchos seamos tan ignorantes, inocentes o poco experimentados como Samy o Specklin, nos dará un ataque de votar en las europeas. Aunque no sea por la Unión Europea, ni por la Comisión, ni por el Consejo, sea el que sea, ni por Estrasburgo, ni por Bruselas, ni por Luxemburgo, donde también hay organismos de la Unión.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 115 (mayo 2024) de la revista Plaza
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