Esta mujer, nacida en Francia y criada en Bétera, dirige Wise Blue, un estudio de animación que ha producido películas internacionales y con el que ya ha ganado un Goya. Aunque no siempre fue así. Antes llegó a trabajar de gogó en la Ruta del Bakalao y de telefonista en el 112
VALÈNCIA. Nathalie Martínez (Bobigny, Francia, 1973) vive en un mundo de fantasía. A su alrededor, dibujos, carteles de cine y fotografías para falsear y endulzar la realidad. Como la puerta de su despacho, forrada con la fotografía de una calle de pueblo que no sabe ni cuál es, pero que invita a escapar. Pero no, ella no escapa. Ella llega a las ocho de la mañana y se va a las tantas de la noche. Lo hace porque le atrapa su trabajo, productora cinematográfica de películas de animación, pero, también, porque ha conocido tiempos de escasez y sabe que hay que aprovechar la corriente. «Eso fue en la época en la que era productora de día y telefonista de noche, que suena raro, pero es la realidad», cuenta en una sala de reuniones en la que hay una máquina de café, una fuente de agua y varios tarros con galletitas, chucherías y cositas varias que le dan un toque un poco Silicon Valley.
Su despacho está dividido por una estantería. Al otro lado se encuentra Maxi Valero, que es su socio y fue su marido. Por eso están juntos, pero separados por ese mueble que solo deja un hueco en el centro, el espacio justo para verse los ojos cuando tienen que hablar. El rincón de Maxi es como más serio, con carteles de Apocalypse Now o The Godfather. El hombre se levanta a saludar muy educado, pero luego se sienta y clava la mirada en el teclado de su ordenador, en cuanto empieza a escuchar los chistes de su exmujer con el periodista.
Nathalie le debe su nombre a los años que pasó su familia en Francia en busca del jornal que no encontraba en España. Primero en Bobigny, en el área metropolitana de París, y después en la gran ciudad, en el distrito XIV, donde su madre trabajaba de portera y su padre intentaba prosperar. «Mi padre te puede vender lo que quiera, y además es un manitas. Ha trabajado en el campo, en la obra, en panadería… En Francia empezó de paleta, al año era maestro de obra, aunque solo hablaba español, y a los dos años había montado una cadena de bazares con tres socios más». Pero trabajaban tanto que no tenían tiempo para cuidar a la niña, así que la mandaron para el pueblo, a Bétera, para que estuviera con los abuelos.
Al año, Nathalie volvió a París y no entendía nada. Solo hablaba valenciano. Pero los niños se adaptan rápido y, cuando sus padres se quisieron dar cuenta, la chiquilla tenía siete años y había que decidir si seguían en Francia con su sistema educativo o daban el paso y regresaban a España. Las raíces tiraron fuerte y Thalie, como le llaman sus padres, se vino ya para siempre con el resto de la familia. Entonces le pasó al revés: Nathalie no sabía leer en castellano y le tuvo que ayudar una monja del colegio que había enfrente de su casa en Bétera. «El problema es que no había plaza en primero de EGB en el Colegio Nuestra Señora del Carmen y me metieron en segundo. Yo aprobé el curso y entonces me obligaron a repetir. Eso me pareció una gran injusticia». Luego se fue al instituto de Godella y empezó a volar.
A los dieciséis años se fue de casa. Se puso a trabajar de lo que pudo para pagarse los cursos y el piso donde vivía. Uno de sus primeros empleos fue de gogó en discotecas de la Ruta del Bakalao. Ella sabía sobrevivir y, cuando acabó en el instituto, se matriculó en Historia del Arte. Nathalie, en realidad, quería hacer Bellas Artes. Siempre se le había dado bien escribir, dibujar y tocar diferentes instrumentos, pero su iaio Paco, que fue su mentor, le decía que tenía que hacer algo más serio, algo que diera dinero. Y, aunque el abuelo pretendía que la niña estudiara Ciencias Políticas, llegaron a un punto de encuentro, porque ella le argumentaba que era «demasiado honrada para ser política».
La conversación sobre el iaio Paco deriva hacia lo emocional. Aquel hombre consagró su vida a recuperar a su padre, víctima de la represión franquista. «El día 8 (de julio) recuperé a mi bisabuelo materno, que está en la fosa 126 de Paterna y lo hemos identificado. Se me pone la piel de gallina solo de contarlo. Mi abuelo murió joven, pero su misión en vida fue recuperar a su padre».
Nathalie duró año y medio en Historia del Arte. En cuanto descubrió que había una carrera que se llamaba Comunicación Audiovisual, lo dejó todo y se lanzó de cabeza. «En aquella época hice algunos castings para Canal 9 y me cogieron de reportera. En la vida he tenido de todo menos vergüenza. Hice un casting multitudinario para un programa de Canal 9 que se llamaba La Cabina, que estaba producido por Valerio Lazarov y que nunca se llegó a emitir. Fue muy divertido y me lo pasé muy bien. Tenían un fotomatón en Alicante en el que metías a la gente y se ponía a hablar de los temas más diversos. Luego hacíamos conexiones en directo con Ximo Rovira, que era el presentador. Pero vi que lo mío, en realidad, estaba detrás de la cámara y empecé a hacer cosas de producción».
La vida, muchas veces, te va encauzando hasta que encuentras tu sitio, que en el caso de esta mujer de cincuenta años es la producción. «Mi trabajo básicamente consiste en hacerte cargo de que un proyecto llegue de cero a cien con éxito. Y yo lo hago con mucho sentido común y mano izquierda. El productor es el líder del proyecto y dedica a cada uno entre tres y cinco años de su vida».
Su primer proyecto como productora, en 2005, fue la película Escuchando a Gabriel, que escribió Maxi Valero, su socio; la dirigió José Enrique March, y la protagonizaron Javier Ríos y Silvia Abascal. «Yo, entonces, ya llevaba tiempo en el mundo del cine, pero trabajaba para otras personas». Aunque el cambio radical en su vida fue cuando decidieron pasarse al cine de animación en 2014. «Hasta entonces solo podías meterte en proyectos de cine independiente. Canal 9 era muy importante y, cuando cierra, manda a la quiebra a muchas empresas, incluida la nuestra. Canal 9 nos dejó a deber cientos de miles de euros. Cuando cerró fue cuando empecé como productora de día y telefonista de noche. Hablo varios idiomas (español, valenciano, francés e inglés) y logré entrar en el 112 en el turno de noche para, así, poder tener reuniones por la mañana. Es una época que recuerdo con mucho cariño, pero muy dura a título personal».
En aquella época ya había nacido su hija Sophie y estaba embarazada de Rodrigo, al que llaman Ruy. Hoy ella tiene dieciséis y quiere ser pedagoga, y él, diez y tiene claro desde los cinco que su aspiración es ser ingeniero. Nathalie dirige ahora una empresa que cuenta con cerca de noventa empleados y una gran reputación internacional, y desde esa comodidad recuerda con calma los tiempos duros. «De la deuda de Canal 9 pagaba mil euros al mes de intereses. Yo pagué a todos mis trabajadores y solo quedábamos por cobrar mi marido de entonces —ya exmarido, aunque sigue siendo su socio— y yo. Fuimos a juicio y ganamos, pero solo la deuda, no los intereses. Estaba embarazada de mi hijo, fuimos al banco, cerramos el aval, desbloqueamos el dinero que teníamos que cobrar, y entonces me dicen: ''Siéntate un momento, ¿has oído hablar de las preferentes…?''. Esos 60.000 euros que nos iban a dar los colocaron en preferentes. No te puedes imaginar el shock. Una niña pequeña, uno a punto de llegar, mi marido sin trabajo… Fue un dramón».
La productora hizo todo lo que pudo para mantener a flote a su familia. Con su hijo recién nacido, un día sonó el teléfono. Era un colega de Nathalie que estaba trabajando en una escuela de animación y, en vista de que le estaban saliendo bastantes trabajos, le proponía colaborar con él. «Necesitamos un producer que nos eche una mano. ¿Tú no estarás disponible?», le preguntó. Y Nathalie, que llevaba meses remando como podía, le dio un sí rotundo. «Sí, por favor. Tengo un bebé, pero necesito darle de comer».
Natha, que es como la llaman los compañeros, se tiró desde principios de 2013 a 2014 con su trabajo como productora y su empleo de noche como telefonista en el 112. Su primer éxito fue Animal Crackers, que contaba con las voces de Silvester Stallone, Danny DeVito, Emily Blunt, John Krasinski o Sir Ian McKellen, que se presentó en 2020 en el Festival de Cine de Annecy y que fue lanzado a doscientos países a través de Netflix. «Produjimos toda la película aquí. El presupuesto de esa película eran veinte millones y 10,5 pasaron por aquí y los gestioné yo. Fueron tres años de trabajo a tope y, al acabar, me separé de mi antiguo socio y desmontamos la empresa por un desacuerdo entre los dos. Yo me monté, entonces, este estudio y, cuando empezaba a funcionar, llegó la pandemia y tuvimos que cerrar. Nos pilló al final de Hero Dad. Cerramos más de un año, pero hemos vuelto y seguimos».
La productora hace el repaso rodeada de los personajes que han alimentado el vuelo de Wise Blue Studios, su compañía, en la que sigue con su exmarido, Maxi Valero. A su espalda tiene la imagen corporativa: un búho azul desplegando las alas. El color es la herencia de la anterior empresa, Blue Dream Studios. «Mi animal tótem siempre ha sido el búho porque es la sabiduría, la introspección, la noche, que yo soy muy noctámbula. Me gustaba el momento en el que el búho despliega las alas para empezar a volar. Pero el búho azul ya estaba cogido y entendí que, en realidad, lo que me gustaba era la sabiduría, de ahí lo de Wise Blue (Sabiduría Azul)».
Su mercado potencial está en Estados Unidos y, poco a poco, amoldándose a la envergadura de cada proyecto, han ido creciendo. «Ahora somos cerca de noventa personas trabajando aquí (están en diferentes estancias de un edificio del Parque Tecnológico de Paterna). Sobre todo, españoles. Aunque también tenemos gente de otros países. La mayoría es gente joven y muchas veces hago de productora, pero muchas otras hago de mamá. Vienen a mi despacho, se tumban en el diván, sacan los pañuelos…».
La animación es un mercado en auge. Hay tal demanda que las escuelas y las universidades son incapaces de cubrirla. No hay suficientes artistas. Ella dirige cada proyecto que incluyen la televisión, la publicidad y los eventos. «El ambiente aquí es muy chulo. Los viernes son los días hawaianos. Yo tengo mi camisa hawaiana colgada de la percha y luego me la pondré. Hacemos cosas para que ese ambiente creativo circule y la gente esté contenta y a gusto. Este viernes no, porque estrenamos un corto en Cinema Jove, pero el siguiente haremos cervezas sanjuaneras. Tenemos un irlandés aquí al lado que ya casi es de la plantilla».
Su último trabajo ha sido Mibots, una serie de animación para À Punt. Y los dos siguientes proyectos son «muy secretos». Solo desvela, porque ya es público, que se trata de una película internacional de animación en 3D y una serie 2D para adultos, también de difusión internacional. Nathalie se adentra en el terreno más técnico. Cuenta que un segundo de animación en cine son 24 fotógrafas o frames, y que hay animadores que hacen un segundo al día. También anda en el desarrollo de la película de los Mibots, que, asegura, será como una mezcla de los Goonies, Verano Azul y los Minions. Casi nada.
El cortometraje Blue&Malone, casos imposibles ha sido uno de sus grandes éxitos. Gracias a este proyecto tiene un Goya en una estantería de su casa. «Me dieron el Goya al mejor corto de animación en 2021, que fue la gala que se hizo desde casa. Yo ya había estado en alguna gala de los Goya y son un tostón. Está claro que no es lo mismo recogerlo allí, pero tenía un esguince y no podía llevar tacones, estaba confinada con mis hijos y así ellos pudieron estar presentes desde el sofá. Se vino Maxi a mi casa y no podía volver porque estaba el toque de queda. Así que nos pusimos los cuatro en el sofá vestidos de gala. Cuando nos dijeron que habíamos ganado, fue todo por el aire y mi hijo, que tenía ocho años, empezó a llorar; le preguntamos qué le pasaba y nos dijo que creía que estaba contento. Me gustó estar con mis hijos y, en el Zoom, con todo el equipo. Aunque ellos lo veían con un poco de retardo y nos vieron dar saltos antes de que escucharan el nombre del ganador».
Al acabar la gala, Maxi le propuso que se subiera a dormir con el niño y que él se tiraría en el sofá. Pero Nathalie le dijo que no, que la niña se iba a su habitación, que él se subía con el niño y que ella se quedaba de fiesta. «Seguí en el Zoom con todo el equipo y estuvimos tomando chupitos hasta las cuatro de la madrugada. Fue muy gracioso porque iba vestida de gala, pero llevaba dos calcetines antideslizantes en los que ponía ''Si puedes leer esto, tráeme vino''. Esa noche fue muy especial, porque pudimos celebrarlo juntos».
A Nathalie le hizo ilusión recibir el Goya, claro, pero no es de las que va presumiendo todo el día de ‘cabezón’. De hecho, dice, le da la misma importancia que al premio que le concedieron en un homenaje que le hicieron en Dona i Cinema. «Para mí están al mismo nivel. Me gusta mucho, porque son valencianas y mujeres. Yo soy muy activa en la defensa de la mujer, pero sobre todo en el ámbito audiovisual, donde me parece que vamos todavía con retraso respecto a los hombres».
La directora de Wise Blue cuenta que hay un dato que le quita el sueño: en las escuelas de animación, el 60% son mujeres, pero en el mercado laboral solo representan el 35%. «No sabemos qué pasa con ese 25%. Intentamos que tengan referentes y achuchamos mucho a las chicas para que no se hagan de menos. El de igualdad no es un trabajo que tengamos que hacer nosotras. Ni mucho menos, nosotras contra ellos. Es un trabajo que tenemos que hacer ellos y nosotras. Aquí tenemos un equipo muy variado en todos los departamentos, con cerca del 45% de mujeres, y cuando trabajamos juntos, esa creatividad se enriquece», explica Nathalie, quien presume de que en Hero Dad el reparto fue totalmente paritario.
Cuando gira las manos, bajo unas pulseras, asoman dos tatuajes. Uno, en la muñeca izquierda, une, en una sola línea, los nombres de Ruy y Sophie con un corazón bajo tres estrellas que representan a Nathalie y sus dos hijos. En el brazo derecho, un diente de león y una frase: «Believe in Magic». Porque su vida es magia. Y solo hay que mirar alrededor para ver que es así.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 105 (julio 2023) de la revista Plaza