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Lola Mascarell: "La literatura da doble vida a las cosas"

A lo largo de doce años, desde que publicó su primer poemario en Pre-Textos, Lola Mascarell ha despuntado como una de las mejores poetas españolas de su generación. Ahora da el salto a la novela con Nosotras ya no estaremos (Tusquets, 2021), una autoficción literaria que se convertirá en película de la mano de la directora Violeta Salama

25/11/2021 - 

VALÈNCIA. En los sueños y en los poemas, las casas casi nunca son casas. Son grandes contenedores simbólicos, reflejos especulares de nuestras emociones y nuestros miedos. Para la protagonista de Nosotras ya no estaremos, el chalet de su familia en la Pobla de Vallbona tampoco es una estructura de ladrillos y cemento, sino el guardián de las esencias de su infancia y adolescencia. Por eso, cuando sus padres deciden vender el inmueble y aparece un comprador, la angustia se apodera de ella. Con la venta de la casa desaparece también la última oportunidad de recomponer ese puzle familiar que siempre es fragmentario y está envuelto en medias verdades y tabús que nadie se atreve machacar.

Lola Mascarell (Valencia, 1979), a la que hasta ahora conocíamos por su obra poética, debuta en la novela con una autoficción contada en tres tiempos: la niña, la adolescente y la mujer adulta. Una historia cercana al subgénero coming-of-age -sobre todo en sus reflexiones acerca del descubrimiento de la sexualidad y los pequeños goces cotidianos que balizan la vida de la protagonista-, pero con su punto de misterio. El empecinamiento por conseguir dinero para boicotear la operación de compraventa y quedarse con el chalet abre un relato paralelo.

-¿Por qué te has lanzado precisamente ahora a la novela?
-Es un proceso lógico, porque siempre he escrito cuentos y he impartido talleres de narrativa, lo que ocurre es que hasta ahora no había visto el momento de escribir una novela. Nosotras ya no estaremos empezó realmente como una serie de prosas poéticas sobre la infancia. Pero fueron adquiriendo vida propia, incorporando personajes nuevos. Y durante la pandemia encontré un tiempo de reposo en el que pude ponerme con ello y transformarlo en una novela.

 -Nosotras ya no estaremos gira en torno a un gran tótem, que es la casa de la infancia. ¿Qué significa la casa para ti en esta novela?
-Es la gran metáfora del cuerpo, del inconsciente, de la familia. En este caso, es el lugar que custodia la memoria. Los recuerdos de la infancia y los veranos míticos y salvajes de la adolescencia. Esa alegría está ahí guardada. En la novela, la casa también hace referencia a la familia como aquello que te protege de la intemperie y el miedo. Y luego también es la casa como símbolo de todo lo que nos estamos perdiendo ahora mismo por querer vivir en esa intemperie de velocidad y de consumismo que nos venden. La casa es el lugar donde todavía hay objetos inútiles que guardan memorias, donde no impera el concepto del uso y tiro, sino que hay sábanas antiguas. Es donde están los cuidados y la atención, valores que creo que necesitamos a nivel personal, pero también planetario. La desaparición de la casa significa silencio y olvido. Es la muerte de una parte de nosotros.

-Otro de los temas del libro es el despertar de la vocación literaria en la niña. Su tendencia a inventar historias y cómo pasa de leer novelas a enfrascarse en poemas de Bécquer, Machado y Aleixandre. ¿Es así como fuiste descubriendo que dentro de ti podría habitar una escritora?
-Esa parte de la novela es completamente autobiográfica. Aprendí a leer y a escribir muy pronto, ayudada por mi madre y por mi abuela. Para mí era fundamental retratar cómo la niña descubre el poder de la observación estando quieta en la cama. Descubre esa amplificación del mundo que es la literatura. La literatura da doble vida a las cosas.

-Lejos de buscar el exotismo y una trama basada en la acción, tu debut literario es una autoficción que se centra en la observación de lo cercano.
-Creo que uno tiene que escribir siempre sobre lo que conoce. Afortunadamente hay gente que es capaz de que lo lejano le resulte cercano, y ahí tenemos las novelas de aventuras. Yo siempre he puesto en marcha este precepto que le dice su a Jo March su profesor en la novela Mujercitas. Él le dice: “No te vayas tan lejos, escribe sobre lo que tienes cerca”. Y cuando Jo empieza a escribir sobre sus hermanas, es cuando le empieza a salir la novela. A mí me pasa con la poesía, siempre hablo de lo doméstico, de la infancia, de la naturaleza. Como dice Landero en su último libro, El huerto de Emerson, el pasado es la mina donde puedes ir a buscar los diamantes.

-En la novela utilizas alternativamente la primera y la tercera persona. Hablas de “la niña” cuando cuentas episodios del pasado. ¿Por qué buscas ese distanciamiento?
-Cuando empecé a escribir la novela el único argumento que tenía era esa distancia entre la niña que fui y ya no soy, y la mujer que soy ahora, que es el punto desde el que me pongo a narrar. Ha sido difícil de conciliar, pero creo que ha sido un acierto. Porque la niña es adorable, pero la adulta… yo no suscribiría todas las cosas que hace.

Una tensión sexual extraña  

El antagonista de Nosotras ya no estaremos es Moriarty, un hombre que se empeña en comprar la casa familiar a toda costa. Representa todo lo contrario a lo que supuestamente atrae a la protagonista: es hortera, prosaico, un mercenario del neoliberalismo. Sin embargo, empieza a crecer en ella un deseo hacia él incomprensible. Salvando distancias, encontramos en esta novela dinámicas de deseo femenino similares a las que hemos visto en otras obras recientes como Un amor, de Sara Mesa; El Evangelio, de Elisa Victoria, o Dicen los síntomas, de Bárbara Blasco. En todas ellas, una mujer se siente atraída por un hombre que al mismo tiempo le repugna, o no le acaba de gustar del todo, o sencillamente no responde al canon convencional de lo deseable en un hombre: el héroe, el fuerte, el protector. Más bien al contrario: tienen mal gusto, son huraños, gorrinos o están desvalidos.

-¿Es este tipo de conflicto un reflejo de la complejidad del deseo de las mujeres? 
-Efectivamente, una interpretación podría ser esa. Quizás la liberalización del deseo femenino se materializa en la posibilidad de contar que no nos gusta lo canónico. Hasta ahora no se hablaba apenas del deseo femenino; ahora que ya nos atrevemos a hablar de ello, en nuestras ficciones salen relaciones más oscuras. La protagonista de mi novela reconoce en un momento dado que la cabeza le funciona por un lado, y el cuerpo por otro. Pero en su caso lo que ocurre es que se le está yendo la pinza mucho. Lleva la obsesión hacia su enemigo al terreno del deseo sexual, a pesar de que es una persona que no cuadra con sus gustos. Me interesaba trabajar en la novela con la lógica de enemigos. Para que consideres a alguien tu enemigo, esa persona ha de tener algo en común contigo porque, si no es así, lo ignoras simplemente y no te obsesionas.

-En la novela se cita en dos o tres ocasiones a Cortázar. ¿Ha tenido el autor argentino una relevancia especial en tu formación como escritora?
-Para mí fue vital descubrirlo en la adolescencia tardía, a los 17 o 18 años. Me deslumbró y siempre ha sido un modelo a seguir. A esa edad, la rebeldía de Cortázar de decir que un libro podías leerlo como quisieras me sedujo mucho. ¡A mí, y a millones de personas! Creo que ha sido como Jo March… forma parte de esa familia a la que uno quiere pertenecer.

-¿Qué ayuda y qué estorba a un poeta que se enfrenta por primera vez al maratón de una novela?
-Estorba la necesidad de concisión que tiene la poesía, donde todo tiene que estar muy concentrado. Tiendes a hacer el párrafo muy apretado y te sale muy cortito. A mí me ha costado estirar la novela, que sobrepase las páginas necesarias para dejar de ser un relato largo. Pero a favor tiene el cuidado por la palabra y por la sonoridad. Esta novela tiene un ritmo narrativo, pero también poético: se ve en la musicalidad de las palabras, incluso en el ritmo endecasílabo. Ese cuidado orfebre del poeta es una ventaja.

-Y qué me dices de la fluidez, de la facilidad con la que llegas a un punto en el que estás satisfecha con el resultado y ya no corriges más. En tu caso, ¿este punto se alcanza antes con la poesía o con la novela?
-Me resulta más fluido escribir poesía, porque son textos más breves que puedes dejar y retomar incluso años más tarde. La novela me resultó menos fluida sobre todo por la parte de la estructura. Me obstaculicé mucho cuando empecé a hacerme un esquema con posits para decidir el orden en el que contaría las cosas.

-¿Cómo fue la experiencia de la edición junto a Tusquets? Imagino que esa parte era nueva para ti, porque los poemas no se someten a ese proceso normalmente.
-Es verdad que, en comparación con la poesía, la novela se toca mucho más y pasa por más manos. Había una primera versión que era mucho más autobiográfica y el tema de la tensión narrativa quedaba apuntado con alfileres. Le faltaba algo. Yo al principio me cerré un poco a la idea de cambiar nada en la novela. Y ahí fue cuando apareció Luis Landero, que sabe decir muy bien las cosas, y me dijo: “Deberías tirar más del hilo de Moriarty, que es un símbolo”. Y efectivamente, no solo dio más de sí, sino que empezaron a surgir otros personajes a su alrededor. Cuando mis editores leyeron la siguiente versión asintieron mucho más. Después, lo que fue el proceso de edición puro y duro ha sido bastante sencillo y agradable con Tusquets, con sugerencias muy oportunas siempre.

 -“Escribir es una forma de conjurar los miedos”, dice la narradora. Pero, al mismo tiempo, escribir, sobre todo si lo haces con la intención de publicar, tiene algo de sentencia. Es un vértigo que hay que manejar. ¿Cómo lo manejas tú, cuando acabas de publicar un libro y esperas la reacción de los lectores?
-Es una especie de vértigo porque de alguna manera saltas al vacío de la mirada de los ojos ajenos. Aunque estés muy convencida de que está bien, y aunque lo hayan leído más personas antes, a la vez hay ahí un duendecillo que te dice que no, que no está tan bien. Sobre todo porque, cuando estás tan encima de las cosas, no las ves bien. Y la visión con distancia, la perspectiva área, es muy importante para los escritores. Hay que vivir con ello y relativizar. No hay que esperar que le guste todo a todo el mundo.

-Imagino que el hecho de que hayan comprado los derechos audiovisuales de la novela es un buen presagio.
-Sí, estoy muy contenta con esto. La rodará Violeta Salama, que es una directora más o menos de mi edad que estrena el 10 diciembre su primera película, Alegría. Una historia de mujeres de distintas culturas que conviven en Melilla. A ella le rondaba la cabeza que su siguiente película hablase de su familia y su infancia. Se encontró entonces con la sinopsis de mi libro, así que se puso en contacto con Tusquets y le facilitaron el manuscrito, y le gustó mucho. Después, al hablar con ella me di cuenta de que ella lo quería contar de una forma muy parecida a como yo lo tengo en mi cabeza. Se produjo una fusión chulísima y de hecho tenemos ya el contrato medio hecho.

-Desde tu experiencia como profesora de literatura, con alumnos entre 14 y 16 años, en contacto con generaciones más jóvenes, ¿qué tipo de literatura crees que tiene más futuro? 
-La poesía, sin duda. Este género siempre ha funcionado a esas edades porque el adolescente es un poeta que está fascinado con el mundo, los sentimientos y las emociones. Y porque es un género muy breve, y en este mundo que no para de distraerlos constantemente, los textos más cortos tienen más posibilidades de ser leídos.

-¿Tienes ideas para la siguiente novela?
-Sí, ahora mismo tengo un libro de poemas en marcha y unas cincuenta páginas de la siguiente novela, que estará centrada precisamente en el mundo de la educación. De nuevo, la protagonista se planteará la dualidad entre la alumna que fue y la profesora que es hoy.

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