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Llorenç Barber, un genio conjugado en primera persona del plural

Dos exposiciones, una en el Centre del Carme (CCCC) y otra en el IVAM, resitúan el medio siglo de aportación incansable del de Aielo de Malferit al arte sonoro. Creación, programación, divulgación y, atravesando todo eso, una pulsión por explorar los márgenes en colectivo y por poner al ‘oidor’ en el centro 

| 18/02/2024 | 12 min, 0 seg

VALÈNCIA. Con setenta y cinco años a sus espaldas, y casi medio siglo de creación, Llorenç Barber está experimentando uno de los momentos más dulces de su carrera. Hace unas semanas, en la rueda de prensa de presentación de la primera gran retrospectiva que le dedica un museo (el Centre del Carme), le pusieron más micrófonos delante que nunca para que hablara. Y aprovechó el momento de sobra, haciendo un repaso incisivo de cómo él ha vivido, en primera persona, la apisonadora con la que el canon ha ido ahogando la creación contemporánea en España en general, y en València muy en particular.

Barber diferencia entre el compositor, el artista sonoro y el músico, y los coloca en diferentes estadios de la creación. «El músico que solo sabe música no es músico», también aseveró en aquella rueda de prensa. Y no le tiembla el pulso tachando la escena de la música clásica desde la Transición como «músicos tardosinfónicos».

La historia de Llorenç Barber es la de una resistencia continua por situarse siempre donde marque la frontera, para buscar qué podría haber más allá. Nació en Aielo de Malferit en 1948, y empezó a estudiar piano. Pronto, la vida de una familia agricultora se le hizo pequeña y empezó a recibir formación en el Seminario de Montcada. Pero el piano también se le quedó corto, y fundaría el Grupo Actum, pioneros de la música experimental en València y más allá. Recogieron como nadie el pensamiento de John Cage y aprendieron de Zaj para ir un paso más allá.

Pronto se pondría a programar desde el Aula de Música de la Universidad Complutense de Madrid, y fundaría el que ya es el festival de música experimental más longevo de España, Ensems. La gran mayoría de su obra es inédita «por dos razones, para ser justos: Tengo siempre muchas prisas y pocas ganas de discutir». Después de experimentar continuamente la resistencia de las instituciones a sus retos creativos, no se ha resignado nunca, y poco le ha importado dejar en los cajones lo que nadie parecía tener interés en sacar.

En primera persona del plural

Barber está viviendo estos meses toda una resituación de su figura, con la ventaja de que, además de estar vivo, sigue con el impulso creativo intacto. La primera parada ha sido la gran retrospectiva que, hasta el 25 de febrero, se puede ver en el Centre del Carme: La construcción de un nosotros múltiple. Y en ella se alude a un pilar fundamental en la vida y obra de Barber: la creación desde un nosotros, que implica la forma pero también el fondo.

Por una parte, la selección de las obras en la exposición demuestra que, tanto siendo creador como programador, Barber siempre ha necesitado de un otro con el que desarrollarse. Desde que fundara junto a Josep Lluís Berenguer el grupo Actum, hasta los conciertos de ciudades, donde requiere un despliegue de decenas de personas para hacerlos posible.

Por otra parte, la obra de Barber nunca acaba en su creación, sino que necesita alguien que la escuche o que incluso la active. Es el caso de las ollas que ha colocado al fondo de la sala Ferreres-Goerlich, donde los visitantes tienen que coger garbanzos y lanzarlos para generar el sonido. ¿Qué hace falta, entonces, para formar parte de ese nosotros? «La pregunta es clave: no esperar lo ordinario. Si vienen a un concierto mío a que les duerma con un nocturno, entonces yo hago nocturnos de diez horas. Tienen que venir y dar un salto hacia un lugar que no saben. Ni siquiera yo lo sé, en realidad. Desgraciadamente, nadie suele venir preparado. Y en València es especialmente sangrante, porque a la gente no le han puesto más que a Matilde Salvador, con todo el respeto. Esto significa que yo he de encandilar. El músico no tiene que demostrar que es listo, ¡tiene que ser un seductor! Solo a través de la seducción, el público va a aguantar lo que no conoce». 

En resumen: «El público es el que acaba de crear la música, no el músico». Y en un contexto político y cultural de extremo individualismo, pensar en un nosotros proyecta, por naturaleza, un futuro compartido, una utopía: «Si no crees en un cierto mundo utópico, no te mueves. Pero lo que más me interesa es mover el presente».

Leer València o Roma

La aportación más conocida de Llorenç Barber es, sin duda, los conciertos de ciudad. Un dispositivo artístico, desplegado por barrios y decenas de puntos de una localidad, tocado en base a una partitura diseñada especialmente para cada ocasión. Todo empezó en 1988, en Ontinyent, cuando al artista lo invitaron a tocar la campana de la iglesia de Santa María. Desde ahí, y tomando las campanas como elemento central, empezó a desarrollar lo que ahora se conoce como música plurifocal. A lo largo de más de tres décadas, ha hecho centenares de estos conciertos, desde València hasta Roma, desde Buenos Aires a Yokohama. «Cuando llego a la ciudad, los idiotas no quieren escucharme. En Valladolid, en Toledo o en Colonia. Los conciertos de ciudad han sido posibles por concejales que eran amigos del cura del pueblo. Mi mundo es el mundo de los pequeños y de los que piensan que la calle es de todos».

Los conciertos de ciudad, más allá de la fetichización flâneur, son un dispositivo político, que busca leer los centros de poder y armonizarlos poniendo el foco en otros lugares. «Para mí, la música no es concentrarse. El pentagrama no me sirve de casi nada, solo es una guía. Yo pienso como Platón: las sombras que se mueven, el paisaje que no es fijo. Escuchar es llegar a la ciudad y entenderla como un enorme cosmos al que atender». 

La orografía, la humedad o los vientos mandan. También la hora a la que empieza a funcionar el transporte público o abren los comercios. Una mala ordenación de la ciudad, o los muros de sonido que producen las avenidas llenas de coches, puede complicar o hacer casi imposible que el sonido viaje. Todo eso lee Barber antes de proponer su partitura, en la que reordena los elementos para quitarle poder a los poderosos y dárselo a la biomúsica, al canto de los pájaros o al viento sobre los árboles: «El sonido es la relación de los seres vivos con el cosmos en el que están. Por lo tanto, el lugar, el espacio, la distancia, el movimiento, el gesto... Todo esto es música sin que suene».

¿Hasta dónde se puede descodificar una ciudad? Pues hasta donde llegue la ciudad. «Hay un momento en el que toca parar y empezar a tocar. Si la pieza acaba sonando caótica, es porque la ciudad y su urbanismo es un caos. Y eso no es un mal resultado. Solamente llamar la atención de la ciudadanía en algo nuevo ya es un lujo: por primera vez se abre la posibilidad de entender la ciudad desde su perfil sonoro». Por tanto, en los conciertos de ciudad hay siempre un punto de aceptación de los límites de la propia comprensión humana sobre ese cosmos: «Me preparo para todo. Y aunque salga mal, es positivo intentarlo. El instrumento está tan preñado por la historia, por lloros y alegrías, que da igual. Yo preparo cuatro o cinco elementos, pero es el oidor el que hará el concierto».

Asimismo, añade: «Yo solo soy un amanuense de mis amigos con ideas y logro muy poco de lo que quiero. Yo no mando. Manda la situación, manda el bronce, manda cada uno de los oidores que tienen una historia y un contexto desde el que escuchan el concierto». 

Cerrazón provinciana

Mover ese presente del que hablaba es, en todo caso, una misión que en València ha resultado casi imposible. «València tiene una cerrazón provinciana. Y la placan diciendo que tocan bien el clarinete. Las bandas valencianas tocan muy bien, pero ¿qué tocan? Paquito el Chocolatero, lo mismo que su abuelo». 

«En València y en el resto del mundo es muy cómodo pensar en música como la ópera, la sinfónica y cuatro que tocan la guitarra. Aquí, más que la guitarra, la banda. Es una estupidez quedarse ahí. Porque es quedarse fuera de la historia. Y en eso somos héroes, y hoy aplica aquí el mundo del futuro. Porque ahora mismo nos estamos perdiendo lo mejor», desarrolló en la presentación de su exposición en el Centre del Carme.

«Al Conservatorio Joaquín Rodrigo voy a dar una charla en unas semanas. Hasta ahora, solo había entrado al bar de la entrada y al baño, cuando llevaba a mi hijo a clase allí. Son las nuevas generaciones las que lo están salvando. Son los que no tienen el tapón de la institución, los que tienen profesores que por fin han viajado, los que por fin saben lo que es Fluxus», señala el artista. Y es que su carrera se ha desarrollado a pesar de la institución y la academia. Una relación que siempre ha sido más complicada en València —«es porque soy vecino», dice entre risas—, y que alcanzó la cuota más sangrante cuando Joan Cerveró hundió la propuesta vanguardista de Ensems, alejando dramáticamente al público.

En la vanguardia ocurre que no hacen falta pelos en la lengua porque nadie te los busca. Por eso, desde la libertad que le ha dado la sistémica ignorancia sobre lo que hace, puede decir cosas como que «los tardosinfónicos son mis enemigos natos, porque se quedan en su sillón y no van a nada de lo que suene a vanguardia. Ni al Taller de Música Mundana ni a Flatus Vocis, en mi caso. Años y años de carrera, pero nada». ¿Más madera? «En València, las bandas funcionan perfectamente, pero no les sirven para nada. Donde comen, cagan».

De quien sí habla bien es de José Luis Pérez Pont, recientemente cesado por el Consell de PP-Vox como director-gerente del Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana, al que califica como «héroe». «Si él no está, nada tiene que retroceder. Como pare, no seré yo, sino muchos, los que estaremos vigilando lo que haga el Consorci. Después de probar la miel, no estamos dispuestos a volver al escombro donde hemos estado cincuenta años en València y también en Madrid. Todo lo que hemos inventado no se puede ocultar ahora».

Reflexión del arte sonoro 

La exposición del Centre del Carme es solo la primera parada de esta puerta grande hacia el universo Barber. Este mismo febrero, el IVAM inaugura otro dispositivo expositivo, Archivo de Escucha, donde el artista ha facilitado su biblioteca y audioteca para reflexionar sobre el arte sonoro desde ellas. En la sala no habrá nada colgado en las paredes, pero sí un sistema de sonido envolvente para que la gente pueda acudir allí a escuchar, a encontrar algo nuevo. El Haus der Kulturen der Welt, en Berlín, desarrollará también este año un homenaje a Barber, con una propuesta más programática. Previsiblemente, 2024 acabará con la edición de un catálogo sobre su obra en inglés, español y valenciano, que recogerá la investigación y comisariado realizados en estos tres nodos expositivos. Una oportunidad para que vuelvan a divulgarse sus aportaciones a nivel internacional.

En este despliegue ha tenido dos compañeros. En primer lugar, Lorenzo Sandoval, cocomisario que se acercó a Llorenç Barber para estudiar cada papel que guardaba en su casa. En segundo lugar, su nosotros más cotidiano, la etnomusicóloga y artista Montserrat Palacios, que también es su pareja.

Barber admite que no se entiende ni su vida ni su obra de los últimos años sin ella, desde estas exposiciones hasta el trabajo conjunto que dio a luz la obra más completa sobre el arte sonoro en España: La mosca detrás de la oreja (SGAE, 2010). 

«Robert Filliou es un artista fluxus, que decía que el arte es aquello que hace que la vida sea más importante que el arte. Entonces, cuando la vida y el arte se confunden, surgen figuras como la de Llorenç. Surgen figuras que posibilitan el nosotros, que es la propuesta de Llorenç», decía Palacios de él el día de la presentación del Centre del Carme. «Ella es lo que quedará de mí cuando yo no esté. Precisamente, nos distingue de toda esa gente que critico mezclar la vida y el arte. Crea conmigo todo. Mi futuro es que ella exista y haya compartido conmigo ahora ya veinticinco años», dice Barber de Montserrat Palacios en esta entrevista.  

* Este artículo se publicó originalmente en el número 112 (febrero 2024) de la revista Plaza

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