Gracias a la apertura de la librería de Máximo Huerta, Doña Leo, la localidad de Buñol suena a nivel nacional y vive un interesante movimiento cultural y turístico desde hace meses, que ha venido a impulsar su economía
VALÈNCIA. Desde hace un tiempo la ciudad de Buñol ya no es la misma. Sus habitantes y autoridades son quienes han notado el cambio. Están contentos y agradecidos. Este municipio, ubicado en la Comarca de la Hoya y conocido internacionalmente por La Tomatina y sus bandas de música, tiene ahora un atractivo cultural que ha incrementado la presencia de turistas y curiosos, pero que también ha dinamizado la economía local. Se trata de La Librería de Doña Leo, abierta en enero de este año por el escritor y periodista Máximo Huerta y que desde entonces ha revolucionado la calle del Cid, concretamente en el número 21,. Como vecino tiene el edificio del ayuntamiento, que por primera vez ocupa el Partido Popular con Virginia Sanz como alcaldesa.
Bares, restaurantes, pequeños comercios, una farmacia y hasta la misma Iglesia de San Pedro Apóstol, ubicada en la Plaza del Pueblo, son testigos de que la calle de Doña Leo ha cobrado luz después de que en los últimos años se fue apagando con el cierre de algunos comercios. Incluso el mismo castillo, la fortaleza medieval que data del siglo XIII, divisa desde su Plaza de Armas la cantidad de personas que continuamente hacen cola afuera del local, cuando acuden a obtener el libro y la firma de algún escritor reconocido que ha sido invitado por su propietario.
¡Ahora Buñol tiene más vida! En eso coinciden vecinos de la población y la misma alcaldesa, quienes entrevistados por Plaza se alegran de tener a Máximo Huerta en casa, quien con la apertura de la librería está atrayendo al turismo, impulsando la lectura y reavivando el comercio con locales que han vuelto a abrir con otro giro, como un pequeño hotel que se instaló al lado de Doña Leo, nombre que el escritor tomó de su perrita y que a la vez le saca provecho del verbo leer.
«La librería ha sido una ventana para el pueblo, porque Máximo es una persona pública que ha llegado muy alto y el que haya querido montar algo en su casa, es una alegría, un suspiro de aire fresco que le ha dado a Buñol», expresa Nikolás Galarza, peluquero del escritor, quien destaca que tanto él como su pareja Juan son personas muy atentas. Su peluquería está a unos pasos de la librería, desde donde Niko es testigo del movimiento que tiene cualquier día de la semana. Dice que Máximo es un buen cliente, acude al corte de cabello cuando le toca y no es exigente. «Pide el corte tradicional, normal, modernete, pero adecuado a su forma de ser». El peluquero reconoce que no es muy asiduo a la lectura, pero visita la librería alguna vez para saludar a su cliente. Su mujer sí ha leído obras de Máximo y le aconseja a que las lea.
Algunos vecinos comentan que no han leído ningún libro del autor ni han entrado en la librería, confiados, quizá, en que en cualquier momento se pueden acercar. «Yo paso todos los días y veo la librería, pero no he entrado. No se me ha ocurrido entrar a comprarme nada», reconoce Ana Cervera Carrión, propietaria del restaurante La Tomatina. Asimismo, califica de «sorprendente» el impacto que ha tenido el sitio, especialmente cuando acude mucha gente a la firma de algún libro.
Eva María de la Cruz es controladora de un Punto Verde itinerante y ya está acostumbrada a que gente de todas las edades y procedente de otras poblaciones, le paren para preguntarle la ubicación de la librería. Para ella «son turismo cultural, tranquilo, que viene a verla y de paso visita el hermoso castillo y se pasea por sus calles». No conoce al escritor en persona, no ha visitado el local y tampoco lo ha leído, pero sabe la alegría que ha traído este nuevo espacio (antes era un horno), gracias a que ‘Chavalina’, compañera de trabajo e hija de los propietarios, Paqui y Jesús, están encantados con que el autor lo haya alquilado. «Creo que en un futuro Buñol va a tener que agradecerle mucho a Máximo Huerta por todo el turismo que está trayendo», afirma Eva María de la Cruz.
En eso coincide Ricardo Zanón, vecino de la misma calle del Cid, quien ha visto la revolución que ha causado Doña Leo: «Él ya era popular por haber estado en televisión y creo que ser un escritor conocido hace que atraiga gente». Conoce de vista a quien fuera Ministro de Cultura y Deporte en un breve periodo de junio de 2018, pero tiene amigos en común dado que ambos cursaron Primaria en el Colegio San Luis. Para Zanón, abrir una librería especializada «es una apuesta arriesgada, pero creo que con la cantidad de seguidores que tiene él, la tiene fácil —y concreta— digo arriesgado porque Buñol es una población pequeña. Esta calle era la más comercial cuando yo era niño, y queda poco comercio».
Por su parte, Cristina Cañola Saldarriaga, camarera del Casino Bar El Litro desde hace más de dos años, tiene el gusto de atender —casi a diario— al autor de Adiós pequeño, quien alguna vez ha acudido a tomar algo con su madre, amistades o donde suele realizar las entrevistas que concede a medios de comunicación. «Es muy cercano y amable. Cualquier persona se puede acercar a él», asegura avalando lo que otros ciudadanos expresan: «¡le ha dado vida al pueblo!». La joven de treinta años manifiesta su beneplácito porque la Plaza del Pueblo tiene otro color: «Tenía vida solo para fiestas y desde que Máximo abrió la librería se ha notado la presencia de más visitas, gente que lo quiere conocer, tener más contacto con él».
En las pasadas elecciones municipales el Partido Popular logró por primera vez hacerse con la alcadía de Buñol. Un hito conseguido por Virginia Sanz, quien está encantada con tener de vecino a Máximo Huerta. Según explica, tuvo el gusto de conocerlo cuando acudió a la librería y se presentó como candidata. «Le dije que me presentaba para la alcaldía, él no se posicionó para nada. Me dijo “tengo un montón de ideas y proyectos, así que estaremos en contacto, independientemente de que salgas o no”», recuerda. Virginia Sanz, quien es profesora de Educación Infantil y Primaria y durante doce años ha sido directora de dos centros escolares, no duda en exclamar que «¡Máximo enamora! Es una persona muy dulce y además es de las personas con las que te gusta compartir una conversación».
La alcaldesa es consciente de que Buñol tiene una oportunidad única con la presencia del autor valenciano —«A Màxim hay que explotarlo», afirma de forma informal— y expresa que cuando ocupó la alcaldía «me felicitó y sé que tengo reuniones pendientes con él; mientras tanto, él me va contando o escribiendo proyectos». Sanz Ferrús no había incursionado en política y menos militó en el Partido Popular, dado que su ámbito era la docencia, pero el partido la invitó a participar como candidata. «Me buscaron y me pareció una maravillosa idea porque me daban libertad máxima para hacer equipo sin condición alguna». Como maestra ve con buenos ojos que la librería fomente la lectura, además de que el local atrae: «Tiene un estilo que no es común. Aquí no estamos habituados al escaparate que tiene, con un diseño diferente».
En su programa de gobierno la cultura ocupa un papel importante. Recuerda que cuando hacían propuestas para estructurarlo, no dudaban en expresar «¡que Máximo nunca cierra la librería!», pues reconoce que la personalidad del escritor atrae, invita y tiene convocatoria. Ejemplo de ello son los escritores que visitan Buñol para firmar libros en Doña Leo, como Dolores Redondo quien acudió en un día de intensa lluvia. Aquel día y pese a la tempestad, mucha gente con paraguas en mano hizo una larga fila
Por eso la alcaldesa expresa su propia conclusión: «una librería como tal, es una apuesta difícil que solo Máximo se lo puede permitir, porque el atractivo es él. Vienen, lo conocen, compran un libro y eso solo se lo puede permitir él». Vienen por su popularidad pero cuando llegan a Buñol descubren sus encantos, como su castillo o sus callejuelas de casas bajas, y a sus gentes. En otras palabras, dan vida a una ciudad que hasta no hace mucho parecía dormida.
Máximo Huerta es consciente del cariño y agradecimiento que los buñolenses sienten por él y no duda en exclamar «estoy feliz de vivir aquí y cuando dicen que nadie es profeta en su tierra, yo obviamente no lo soy, pero sí me siento muy querido porque lo noto cuando paseo por la calle o cuando entran y abren la puerta de la librería y dicen algo que me parece el mejor regalo: “gracias por haberlo hecho”. Esa es una recompensa gigantesca, emocionalmente hablando». Sabe que su proyecto es un gran compromiso que le ha dado vida a Buñol, tanto que hasta algún comerciante le ha expresado: «es mejor tenerte a ti que a la Tomatina, porque ésta es una hora al año, en cambio la librería es todos los días y todas las semanas; autores nuevos que vienen y turismo nuevo también». Esto le hace concluir: «creo que el acierto más grande de mi vida ha sido el montar una librería».
Y es que una librería es turismo también. El escritor recuerda con cariño el día que decidió dónde montarla, justo en el que fuera el horno de dos ciudadanos conocidos, frente al ayuntamiento. «La plaza estaba en horas bajas y fue abrirse la librería y empezar a cambiar el espíritu del pueblo, a cambiar la actitud». Eso reconforta. Ejemplo de ello es que cerca de la librería se abrió una casa rural y justo al lado un lector y turista compró un local vacío para hacer un pequeño hotel. «Todo empezó a contagiarse de manera positiva alrededor de algo tan clásico, tan antiguo y tan poco turístico, como una librería», afirma el presentador del programa La vida al Màxim, que cada sábado transmite À Punt, quien reconoce que el área se ha convertido en un ‘corazón nuevo’ del pueblo.
El autor de obras como Una tienda en París y Con el amor bastaba, vivió varios años en Madrid donde, sin dejar de escribir, desarrolló trabajos en programas de televisión y otros medios. Volvió a Buñol en 2020 debido a que su madre padecía un cáncer y no dudó en dejar la capital, de la cual ya estaba cansado. «Soy muy rural. El pueblo nunca lo he dejado. Me sienta bien estar aquí, salir cómodo, pasear a mi perra, ir a comprar al horno, saludar a la gente, tomar un café con los amigos...», manifiesta concretando que «por mucho que me creyera que el Madrid era la gran urbe, la calidad de vida es esta».
Así que entre cuidar a su madre en hospitales de Valencia y Manises, escribir sus novelas y promocionar libros, en enero de este año hizo realidad el sueño de abrir Doña Leo, un riesgo que quiso correr en un pueblo de unos diez mil habitantes y donde solo existía la biblioteca municipal y dos papelerías. Luego de abrir, fueron las primeras firmas de escritoras como Irene Vallejo, Dolores Redondo y Luz Gabás, para que la calle Cid empezara a moverse: los bares, la restauración, el hotel y la posada. Llegó gente de turismo. «Me dio una alegría inmensa», exclama. «No era consciente, porque incluso la librería iba a ser más pequeña de lo que es, pero no pensé jamás en el éxito social y comercial que iba a tener». Acepta que no hizo una gran planificación porque él trabaja más desde el corazón y la intuición. «Otro habría hecho un proyecto empresarial, un índice de lectura, yo solo me fui a la biblioteca a indagar qué tipo de libros leían e hice todo como yo valoraba la necesidad de una librería».
Finalmente cumple el sueño de todo escritor: tener su propia librería, iniciativa que fue bien acogida entre sus amistades y conocidos; incluso Planeta, su casa editorial, le expresó con sorpresa: «¡Mira, el único escritor de España que monta una librería! ». Lo cual es cierto, pues hasta el momento no hay escritor con un negocio de este tipo. Por eso Máximo no duda en expresar «yo tengo alma de escritor antiguo» y su local lo confirma con el aspecto clásico que tiene «como si toda la vida hubiera estado en Buñol». Esa era su idea cuando pensó en el diseño, cuya inspiración la tomó de librerías francesas y británicas, porque es un enamorado de ellas y quiso trasladar al local ese mundo viajero interno que lleva. Por eso Doña Leo tiene un escaparate diferente y su fachada, de azul intenso, sobresale de las otras casas o comercios próximos, con el toque decorativo de una cesta de flores y un banco que todo visitante usa para hacerse la foto del recuerdo. Pero aún faltan detalles que el escritor quiere poner. «Todavía me falta poner cajas con libros en la calle, como hacen los británicos y franceses, pero aquí no tenemos esa cultura», comenta.
Parte de su sueño era tener una librería sin prejuicios, plural y para todos los gustos. «No me gustan las librerías con prejuicios —aclara—. Me parece maravilloso una lectora que entra buscando un libro de Megan Maxwell, acabe llevándose uno de Marguerite Yourcenar». Dice que si algo le hace feliz es la visita de niños que entran y disfrutan el espacio, porque nunca habían tenido una librería en el pueblo. Se van con cara de «ay, buenoooo…», pero luego llega el abuelo preguntando «¿qué libro ha visto mi nieto?». Eso es un reflejo de que la lectura se está fomentando. «Esta mañana un adolescente entró, vio libros y dijo ''qué bonito'' refiriéndose a uno en concreto. Le dije ''siempre va a estar ahí'' para que no crea que se lo llevará otro y no lo va a tener. Pasó media hora y volvió con la tarjeta de crédito de la madre diciendo ''mi madre, que dice que me lo lleve''».
Entonces, ¿por quién acude la gente, por la librería o por Máximo Huerta? «Es una mezcla de todo», responde. «Es una librería que está inspirada en una perra, que es un escritor quien la ha montado, que es en el pueblo donde ha vivido. Es el relato que hay alrededor de la librería, que no puede ser solo un comercio de libros. Creo que la librería lo que vende son historias y personajes».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 108 (octubre 2023) de la revista Plaza