Cada vez más expertos estiman que la población mundial alcanzará su máximo en la década de 2040-2050 y que, a partir de ahí, disminuirá y acabará ocurriendo una auténtica implosión demográfica
Decía Keynes que hasta los hombres que se creen más listos son esclavos de un economista difunto. Y como la realidad gusta de la paradoja, resulta que más de un economista difunto ha quedado como esclavo de sí mismo. Y, por citar uno por el que sentir lástima, recordemos a Thomas R. Malthus (1766-1834), clérigo, erudito y economista político.
Según su tesis más conocida, la población crece siempre en progresión geométrica, por darse como un multiplicador de una cantidad acumulada cada vez mayor, mientras que los recursos que han de alimentar esa población solo pueden crecer en progresión aritmética, ya que el suelo del que proviene lo que consumimos existe, básicamente, en solo dos dimensiones.
Sin embargo, ni el propio Malthus ni quienes han aceptado sus ideas como algo lógico e intuitivo pensaron que las dinámicas de la población obedecen a unas reglas tan complejas como imprevistas y que, con frecuencia, los irrebatibles axiomas de una teoría son, en realidad, completamente falsos.
Resulta que la población española, según el último informe del INE, está menguando y lo hace a un ritmo galopante. No la población total en realidad, que crece en un año en más de quinientos mil habitantes gracias a la inmigración, sino su crecimiento vegetativo. El número de nacimientos (322.075) registró, en 2023, la tasa más baja desde que existen registros, con una caída del 24% respecto a 2014. También descendieron los fallecimientos, un 5,8% menos que en 2022, pero el saldo fue un crecimiento vegetativo negativo: hubo 113.256 más defunciones que nacimientos.
Esta tendencia de decrecimiento comenzó hacia 2013 y ha ido aumentando progresivamente. La explicación es fácilmente visible en nuestra sociedad: las madres lo son a edades cada vez más avanzadas, con lo que la ventana de fertilidad se reduce, pero además, se tienen menos hijos por familia y hay cada vez más núcleos monoparentales. Así que solo la llegada de no nacionales disimula el decrecimiento efectivo de la población.
Y no es una excepción ibérica. Aunque recientemente la ONU anunció que la humanidad había superado la cifra de ocho mil millones, lo cierto es que la tasa de reemplazo —el número de hijos promedio que garantiza el crecimiento— está en el límite en casi todos los países.
Cada vez más expertos estiman que la población mundial alcanzará su máximo en la década de 2040-2050 y que, a partir de ahí, disminuirá y acabará ocurriendo una auténtica implosión demográfica. Jorgen Randers, uno de los autores del informe sobre los Límites al crecimiento y apóstol malthusiano del crecimiento cero, postula ahora que la demografía cambiará su tendencia, lo mismo que concluye el prestigioso Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados de Viena, el Deutsche Bank o el propio departamento de población de la ONU.
Como resultado de un modo de producción global, también se han globalizado las mismas pautas demográficas y culturales. El mundo se va convirtiendo en un lugar distinto donde los niños serán minoría.
Las consecuencias de poblaciones menguantes, con pirámides de población invertida, son imprevisibl es. El desequilibrio generacional podría compensarse con cambios tecnológicos prometeicos —IA, hidrógeno, energía de fusión— y con el más que cierto desarrollo de nuevos sectores de negocio innovadores basados en la silver economy y las senior activities. Pero el futuro siempre está por escribir.
En el Mediterráneo tenemos un clima envidiable, una buena esperanza de vida y un saber vivir que nos hace referentes. Debería resultarnos fácil adaptarnos a los cambios en marcha con el mismo espíritu y la misma filosofía que nos ha traído hasta aquí.