Es uno de los géneros del rock con más pedigrí y mayor parroquia, pese a las precarias infraestructuras y a que los grandes medios y gran parte de los especializados lo suelen ignorar o caricaturizar. Paradójicamente, son un grupo de metal y un sello adscrito (entre otros) al género los que mayor longevidad ostentan dentro de la escena valenciana
VALÈNCIA.- Es el estilo rock más complicado de tocar. Requiere de buenas dosis de virtuosismo. De arrobas de entrega. De fidelidad a prueba de sucesivas crisis. De pasión por unas señas de identidad muy definidas. El cuero, las tachuelas, las melenas, los estridentes símbolos satánicos (no siempre) y los dedos índice y meñique elevados simultáneamente al aire, los famosos cuernos. Y rara vez suele gozar de hueco en los medios de comunicación: ni en los generalistas ni en los especializados en música pop o rock. En la Comunitat Valenciana, tradicionalmente propensa a no valorar el producto autóctono como se merece, eso se multiplica: hay abundantes músicos de metal, pero apenas gozan de repercusión fuera de nuestras fronteras, pese a que algunos giran por Europa. Ya lo decía José Vicente Ramos en el imprescindible libro Historia del Rock en la Comunidad Valenciana (Avantpress, 2004): «La falta de infraestructuras hace que solo unos pocos valientes del metal puedan destacar».
Y hay un hecho sintomático: que fuera precisamente un grupo que se dedicaba a parodiar el género (con mucha destreza y conocimiento de causa, ya que tenían bagaje previo en otros proyectos), como fue el caso de Gigatrón, prácticamente el único que pudo ganar dinero afianzando su propio circuito de conciertos durante un buen tiempo, desde finales de los noventa hasta bien entrados los 2000. El sucedáneo al poder. No sirve tampoco de mucho para la proyección exterior de nuestros músicos que alberguemos uno de los mayores festivales de España, el Leyendas del Rock de Villena.
Son muchos los nombres que han engrosado la historia del metal valenciano desde finales de los años setenta hasta ahora. También del llamado rock urbano, que tiene sus puntos colaterales. Podríamos hablar de Sable, Badana, Transfer, Uzzuahia, Profecía, Insania, Metal Mareny u Ópera Magna. Estos últimos son quienes tienen más proyección entre sus más recientes exponentes. Y de muchos otros. Pero es de justicia hacerlo, sobre todo, de Zarpa. Unos pioneros. Formados en Mislata en 1977, siempre con el vocalista y guitarrista Vicente Feijóo como eje central, que han estado activos durante más de cuatro décadas, solo interrumpidas por un breve lapso de cuatro años entre 1988 y 1992. Siguen en activo. En la brecha.
Lo que no mucha gente sabe es que Zarpa (antes Wolframio y Zarpa Rock), toda una institución, nació incluso antes que aquellas bandas madrileñas con las que siempre se les comparó y cuya popularidad no pudieron emular, como Barón Rojo y Obús. «A principios de los ochenta todo estaba peor que ahora; antes de nosotros había grupos de rock urbano, pero nosotros fuimos aquí los pioneros, antes que Barón Rojo y Obús: nuestro primer disco, Los 4 Jinetes del Apocalipsis, es de 1978, el primero de un grupo de heavy metal valenciano; y luego en los ochenta ya se apuntó todo Cristo a la moda», nos cuenta Vicente Feijóo, quien compagina hoy en día su actividad musical con las clases que imparte y con la ilustración.
El suyo es un caso de supervivencia prácticamente inédito en la escena rock valenciana. Precisamente cuando se trata de un género que lo tiene especialmente crudo para hacerse eco en los medios y para afianzar un público a largo plazo. Él tiene muy claro que el heavy metal siempre ha sido un estilo tradicionalmente proscrito en los diarios, las radios y las televisiones. Sobre todo, en los generalistas. «El heavy sigue estando como el blues en sus primeros años, que les decían diabólicos en los medios: te encuentras con anuncios de desodorante en la tele en los que salen heavies como lo opuesto a la limpieza», esgrime para ilustrar la sarta de estereotipos rancios que persiguen al género en los medios desde hace años. Más de cuarenta años en la trinchera le dan, obviamente, la clarividencia necesaria para esclarecer las razones: «Ocurre porque no es una música de moda, es de culto, y mientras las tribus urbanas han desaparecido, los heavies no, y los medios necesitan gente más manipulable que ellos, aunque ahora se vendan camisetas de Iron Maiden en el Zara», remata.
Vicente Feijóo y sus Zarpa, quienes siempre se han sentido representantes de ese heavy metal clásico que nació a finales de los setenta, sin desvíos radicales («preferí siempre a los Beatles que a los Rolling Stones, y no me gusta el heavy gutural, aunque aprecie algunos de sus formatos rítmicos y algunos arreglos guitarreros», nos dice), han atravesado su particular travesía del desierto con un público fiel pero con las intermitencias que supone no disponer de un sello discográfico estable, eterna asignatura pendiente en una escena con tan escaso músculo editor como es la valenciana: «Aquí en Valencia hay pocos sellos, y los que hay no apuestan por lo que tienen», dice. Y siempre fue así. Por eso ellos llevan ya más de un lustro en la alemana Karthago Records, de quienes afirma que son «muy meticulosos y selectivos». Y considera que los grupos valencianos están «un poco desvalidos». También los españoles, en general. «Los británicos son más inteligentes y siempre han sacado partido hasta de grupos como los Sex Pistols, que se metían con la reina, y en Alemania y en Estados Unidos, igual»
Da en el clavo Vicente Feijóo cuando señala la dificultad casi endémica que los músicos de metal han encontrado para disponer de sellos discográficos estables y duraderos. Pero como la valenciana es una tierra siempre presta a los acusados contrastes, resulta que una de las discográficas de mayor pedigrí dentro del metal (aunque también publique discos de rock urbano y de punk) tiene su sede desde hace cuatro años en el bajo de un edificio de Tavernes Blanques. Antes, en València, desde 1998. La friolera de 23 años. Como la aldea gala de Astérix. Un milagroso ejemplo de supervivencia que solo se explica desde la combinación de pasión y profesionalidad, de empuje y escrúpulo, de entrega y cabeza. Se llama Maldito Records, y ahora la regenta Emilio Gerique, quien fuera vocalista de la banda Insania desde mediados de los años noventa hasta bien entrada la década de los dos mil.
«La clave es que estamos colgaos, no hay otra razón», nos dice riéndose. Confiesa, además, que el sello empezó a cuajar en un momento particularmente difícil. «El peor —nos confiesa— entre el 2004 y el 2008, cuando no estaba afianzado ni el mercado digital ni funcionaba ya el físico». Pero reconoce que «trabajar en lo que te gusta es lo mejor que puede pasarte en la vida». Ha contado para ello con un roster formado por grupos de todo el estado, no solo de aquí. Están los valencianos Benito Kamelas, la Gossa Sorda o Los de Marras, sí, pero también los vascos Aberri Txarrak, Soziedad Alcoholica o Gatillazo; los asturianos Avalanch, o el navarro El Drogas, ex líder de los históricos Barricada, por ejemplo. Maldito Records ha vivido de todo. Nuevos tiempos, nuevos formatos. «El acceso a lo digital favorece, pero hay que saber que ese disco que has publicado está ahí y has de llegar a acuerdos con sellos internacionales, que es en lo que estamos ahora, para que no solo se acceda por Spotify a nuestra música desde Latinoamérica, sino que también se desarrolle la carrera de esos grupos», nos cuenta acerca de su actual modus operandi
También abunda en que hay como dos velocidades, la de los afianzados grandes festivales y la de las salas pequeñas, con mucha más dificultad para prosperar. Recuerda con cierta nostalgia aquellos tiempos en los que la cultura de directo estaba más consolidada entre semana en ciudades como València: «Vas a ver a Metallica o a Rammstein y flipas con la cantidad de público, pero una banda que está empezando no mete a más de cien personas en una sala, cuando en la época en la que yo era espectador y artista había una cultura que ya no hay; aquellos tiempos en Babia viendo a Carmina Burana o a Amor Sucio, ahí descubrías cosas», rememora. Por eso dice que «ahora el público es minoritario, y priman los grupos de tributo, porque las salas han de cuadrar los números y no es el mejor momento para el metal, aunque en realidad nunca lo ha sido», ríe.
Y se suma también a la tesis, fácilmente demostrable, de que el heavy metal y derivados siguen sin interesar a los grandes medios, más que por el morbo que puntualmente puedan extraer: «Cuando le presentamos un directo de Ska-P ante quinientas mil personas cantando a voz en grito sus canciones ¡en Polonia! a un medio de televisión potente, para ver si se hacía eco, me preguntaban si había habido algún muerto: si pasa una desgracia, estamos en primera plana, pero no valoran que esto es una cultura, y que es más complicado de tocar que otros estilos».
Uno de los buques insignia de Maldito Records es Killus, una banda de Vila-Real que practica un metal industrial de impactante impronta escénica, con sus miembros ataviados con impresionantes indumentarias. Llevan también algo más de dos décadas en activo. Su cantante, Javi Ssagitar, recalca la gran calidad de la escena metalera valenciana en la actualidad: «Cuando empezamos era todo muy underground, y ahora tenemos en Alicante a Mind Driller, en Castellón destacaría a Red Soil, y en Madrid a Vita Imana, una escena que no tiene que envidiar a ninguna otra en cuanto a calidad», resume. Pero también asume que el género sigue padeciendo «un estigma» a ojos de los medios y del gran público. ¿Las razones? «Nadie tiene una respuesta acertada ante eso, pero es cierto que a ojos de otros países somos mucho más atractivos que a nuestros propios ojos; aquí aún nos miran con cara rara». Lo único que queda es la receta de trabajo y más trabajo. Seguir alimentando públicos por varios países. Y esperar a que suene la flauta. Como les ocurre —nos dice— a los albaceteños Ángelus Apátrida, quienes han logrado «una gran proyección por toda Europa picando piedra».
Javi Ssagitar tiene claro que el componente teatralmente escénico de sus impactantes directos, ese punto shock rock (definición acuñada para describir a Alice Cooper hace cinco décadas, y que él mismo emplea), se asume mucho mejor en Europa que en su propia tierra. El propio Emilio Gerique, jefe de su sello, reconoce que cuando los descubrió pensaba que eran «un grupo guiri», y lamenta que «no sea proporcional su relevancia a la calidad que tienen». Por suerte, tanto Javi como los otros tres componentes de la banda trabajan a tiempo completo en el sector cultural, aunque Killus no les dé de comer, ya sea dando clases sobre sus instrumentos respectivos o como técnicos de iluminación en salas de teatro.
«El público ha crecido mucho en las últimas dos décadas, desde que empezamos, y no es que ahora llenemos estadios, pero la repercusión es mayor por internet y las redes sociales», afirma Saggitar, quien recuerda como su show más multitudinario el que dieron en 2017 en el Resurrection Fest de Lugo, ante 5.000 personas. En sus conciertos propios en sala, habitualmente reúnen entre trescientas y quinientas personas «en las buenas épocas».
También Vicente Feijóo, de Zarpa, admite la gran diferencia entre tocar en festivales o en salas, y lo complicado que resulta congregar a gente para un concierto si no se trata de una ocasión especial: «en nuestro treinta aniversario llenamos la sala Fussion de Massanassa con ochocientas personas, pero un mes después en la Matisse entraron solo cuarenta: la gente se mueve por impulsos».
No hace falta insistir en que el heavy metal es el género más propenso a la caricatura. Así es cuando los profanos en la materia lo abordan. Y lo que el gran público seguramente no sepa es la cantidad de microestilos o nichos que ha ido generando en las últimas cuatro décadas, un proceso acentuado por la fragmentación de públicos de la era de internet, las redes sociales y su tribalismo. Power metal, doom metal, trash metal, black metal… «El rock se ha fragmentado en muchos estilos; nosotros antes igual tocábamos con la Elèctrica Dharma como con La Morgue, y los del trash metal no van a ver a los del heavy metal; el público se separa, pero haberlo, desde luego que lo hay», recuerda Vicente Feijóo de aquellos tiempos en los que en un mismo cartel podían coincidir grupos de metal, de rock progresivo o de after punk.
«el heavy metal siempre ha sido un estilo tradicionalmente proscrito en los diarios, las radios y las televisiones»
Emilio Gerique dice que, «por suerte, el metal y el rock evolucionan; no todo el mundo se queda en Leño y en Iron Maiden, que son precursores y están muy bien, pero hay que evolucionar», y cuando entramos en uno de los grandes tópicos sobre el público del metal, ese de que siempre espera que sus grupos favoritos hagan reiteradamente el mismo disco y no evolucionen ni una pizca, lo matiza: «Es cierto que hay bandas que han tenido un hit y, al final, lo replican como si fuera La barbacoa de Georgie Dann, pero a otras también se les critica cuando cambian de estilo, como ocurrió con Barricada». También resalta que «con el metal tienes quince millones de adjetivos diferentes, hay de todo».
Precisamente los navarros Barricada, aunque sea (desde luego) más un grupo de rock duro que de metal, nos sirve para incidir en otra constante habitual de la escena musical valenciana: la dificultad para exportar sus mejores exponentes. Vicente Feijóo tiene muy claro que «los vascos y del norte, en general, montaron su película con el rock radical y lo expandieron, pero aquí no han sabido; aquí siempre se ha mirado mal el heavy metal, y eran ellos y los grupos de Madrid los que se comían el pastel». Lo mismo piensa Emilio Gerique, quien se ha topado muchas veces con el sintomático equívoco de que mucha gente pensara que su sello, Maldito Records, era del norte de España: «En el País Valenciano nunca hemos tenido una infraestructura como en el norte, no digamos ya en Madrid o Barcelona, y por otra parte tampoco ha cuajado un circuito de bandas de metal que se expresen en valenciano, algo muy llamativo cuando ahora ves que el idioma está normalizado prácticamente en todos los demás estilos».
Pese a las dificultades, contra viento y marea, la resiliencia de la bendita tropa del metal valenciano, diversa y prolífica en cualquiera de sus ramificaciones, se resume en una frase de Vicente Feijóo cargada de futuro, propia de quien a sus más de sesenta años está en contacto con las generaciones más jóvenes: «Pese a que prime el reguetónn por todas partes, y que parezca que el heavy esté prohibido, hay chavales de 16 años que se enganchan a él».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 85 (noviembre 2021) de la revista Plaza