VALÈNCIA. No entiendo la necesidad de pasar la vida en compañía. Es nuestra cultura y hay que crear vínculos emocionales, lo que hace que la mayoría de nuestro tiempo transcurra buscando no se sabe el qué. Hacía mucho que no lo hacíamos juntos. La modalidad consiste en dos salidas, se elige la mejor bola y golpes alternos hasta terminar el hoyo. Sencillo de entender.
Digamos que por aquel entonces yo era un jovenzuelo habilidoso y con facilidad para darle duro. Por el contrario, mi padre, ingeniero bueno y sesudo en exceso, pero muy malo como jugador de golf. Yo, tirando de físico, se me daba bien darle; en cambio, él sabía de física pero no acertaba con la bola. Sale primero, golpe regulón, no muy largo al centro de la calle. Bien. Me toca, hoyo curvo y crecidito tiro a atajar por encima del bosque. La toco perfecta, pero no lo paso y se queda incómoda entre los árboles. Decidimos continuar jugando con la suya. Pego un segundo golpe hacia la bandera, pero aún quedan metros para llegar. Le toca jugar a mi padre. Solo tiene que dar un pequeño golpe, un empujón. Mientras se prepara, me adelanto hasta llegar a la altura de bandera, a esperar. Se concentra, se lo piensa, hace swines de prueba, se coloca, comienza, mete el hombro… la caga un par de metros, mira al cielo y se cabrea. Me entra un ataque de risa y a desandar lo andado. Cuando llego, me da una hostia: «de tu padre tú no te ríes». Aún quedaban diecisiete hoyos por jugar.
Con Josevilanova, gran amigo, hago pareja un día de asfixiante calor. Hoyo 6 del Escorpión, par 3 y misma modalidad que aquel partido con mi padre. Salgo primero, la toco pesada, demasiada hierba, y aunque vuela bonita y la línea bla bla bla me voy al agua, chof. Le toca tirar a Jose. Con que no vaya al lago todo será bueno. Le pega. Cae en el mismo centro. Ha sonado a cascada celestial, catachof, en tó lo húmedo. Ni lo miro, cabizbajo echo a andar hacia el lago. Me entra la risa floja. Me giro para decirle que prefiero que juegue él porque ando desconcentrao y ¡¡no está!! Se fue, me abandonó con un quetejodan…
Los jóvenes buceábamos los lagos buscando bolas. Algo completamente prohibido en el club. Lo hacíamos al atardecer y a escondidas. Mi amigo Bele me pilla en bolas y en plena inmersión.
–Tío, estás loco, te la estás jugando.
–No, no es lo que piensas. He jugado de pareja con Fosio (¡¡cuántos buenos recuerdos!!) y bueno, hemos discutido y ahora lo que ando buscando son mis palos. Qué te voy a contar.
Con el Bele de pareja ganamos un campeonato de la Comunitat y nos tocó jugar la final nacional en el Club de Pedreña. Hoyo 1, par 5 largo, salgo primero. Le pego perfecta en toda la yema y vuela halconera al centro de la calle. Con la mirada le digo un ahí tienes eso, cremita fina, a ver si la mejoras. Su turno. Le pega. Suena a flatulencia. Sale ratonera y corredora como una liebre. Me saca 40 metros. Joder, ¿cómo lo ha hecho? Como su bola está mejor y más larga es la que elegimos para seguir jugando. Me toca y le meto una madera que suena a bramido dejando la bola en calle, a la izquierda, a la altura de bandera. Un golpe sobresaliente de más de 250 metros. Estoy contento. Me dice:
–Pero tío, métela en green, joder.
Menudo día me espera, aún quedaban diecisiete hoyos por jugar.
Y así, aún hoy, transcurre mi vida en pareja…