VALÈNCIA. Estaba dispuesta a ver El caso Asunta estimulada por las buenas críticas. Empecé tarde, después de que el drama de Bambú Producciones hubiera sido la serie más vista en lengua no inglesa en Netflix y la segunda en total, en sus primeros diez días, con 17,3 millones de visionados. Cierto que Candela Peña y Tristán Ulloa están estupendos, y Javier Gutiérrez y María León y Raúl Arévalo. Y seguro que actúan otros magníficos actores y actrices españoles. Sin embargo, no he podido acabar el capítulo dos. Saber el final me quita el interés; prefiero el suspense de las buenas historias que no conozco y pueden sorprenderme. El acercamiento a la psicología de Rosario y Alfonso, vistos a través de los ojos de los guionistas de la serie, no ha conseguido despertar mi curiosidad. Tendré que hacérmelo mirar.
Desde que el mundo es mundo nos gustan estas historias en cualquier formato. De la crónica de sucesos de siempre, con el paradigmático semanario español El Caso, hasta el más sofisticado periodismo narrativo de Truman Capote, pasando por los miles de pódcast que se devoran estos días, la información del mal, lo más detallada posible, atrae y encuentra en su traslado a la ficción otro cauce natural. Tenemos en catálogo tan buenos ejemplos como La huella del crimen de TVE de los ochenta, con aquella voz en off en la cabecera: «La historia de un país es también la historia de sus crímenes, de aquellos que dejaron huella». Ya en este siglo, emitió tres nuevos capítulos, uno de ellos sobre el asesino de Vora Riu, que violó y mató a cinco mujeres.
El basado en hechos reales es, por supuesto, un género global. Hubo adaptación televisiva inmediata del asesinato de la familia Clutter que se cuenta en A sangre fría, una serie de 1996 con Sam Neill como investigador y Eric Roberts como uno de los condenados y una serie documental de cuatro capítulos en 2021.
Casi todo vale para atraer a la audiencia, así ha sido siempre; más ahora, cuando de telebasura han pasado a ser productos de prestigio
Nada nuevo entonces en el desarrollo de una ficción a partir de la docuserie El caso Asunta (Operación Nenúfar), del mismo director. Más polémica fue la versión documental del conocido como crimen de la guardia urbana de Barcelona que acompañó al estreno de la serie El cuerpo en llamas, con Úrsula Corberó de protagonista. El fiscal y los periodistas especializados que intervienen en Las cintas de Rosa Peral se quejaron al verlo de que fueron engañados respecto al enfoque, que no era otro que poner en duda la culpabilidad de la condenada. El director reconocía que no les dijo que aparecería la voz de la propia Rosa contando su verdad desde la cárcel.
Este recurso excita la amígdala de productores y de otra condenada: Ana Julia Quezada, en prisión permanente revisable por matar al menor Gabriel Cruz en 2018. La madre del niño intenta evitar la realización de documentales o series de ficción que se lucren de la muerte de su hijo, «dañando no solo su memoria, sino obviando el dolor y saltándose las normas». Se refiere Patricia Ramírez a la ética, a la empatía, al respeto por los sentimientos de los demás. Tendrá que confiar en los escrúpulos de los creadores de lo que sea que estén preparando, porque no podrá parar la producción. Rosa Peral quiso impedir el estreno de la serie que no la dejaba en tan buen lugar como el documental con sus audios y no lo consiguió.
Casi todo vale para atraer a la audiencia, así ha sido siempre; y más ahora, cuando estos contenidos, antes denostados como muestra de telebasura y mal gusto, argumentos de telefilmes de domingo y relleno de escaletas de magacines de baja estofa, han cambiado de estatus. Hoy, que son true crime, son productos de prestigio de impecable factura con los mejores intérpretes. Ansiosos hay por saber quién encarnará a Maje, 'la viuda negra de Patraix'.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 117 (julio 2024) de la revista Plaza