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el dedo en el ojo

Comunitat, País y Reino: los pobres valencianos

La hemeroteca recuerda una larga lista de agravios ante las reivindicaciones valencianas, que tienen mucho que ver con cómo somos

| 21/03/2023 | 4 min, 28 seg

VALÈNCIA. Decía recurrentemente el plumilla Xavi Moret que los periodistas valencianos deberíamos tener una tecla en nuestras computadoras con la palabra infrafinanciación, por aquello de ahorrar tiempo cada vez que emergiera el asunto, tan recurrente como frustrante a lo largo de los últimos años. Lo que, en el fondo, viene a decir mucho de cómo somos los valencianos con las reivindicaciones: mansos, sometidos, adormecidos, obedientes, subyugados, resignados, pacientes, pasotas. 

Desde tiempos pretéritos. Solo hace falta acudir a la hemeroteca. De vez en cuando acudo a la de Las Provincias. Las joyas que uno se encuentra. De hace cincuenta, sesenta o cien años, que vienen a demostrar que la historia se repite una y otra vez. 

Por no alargar el artículo, viajamos hacia 1929. Recogía ese diario que con motivo de las maniobras navales de la escuadra española entre Valencia y Palma, el Gobierno celebró un Consejo de Ministros en la ciudad del Turia. Ya se vertebraba por aquella época, al parecer. Al menos para sentar sus traseros en otras urbes del país. La reunión fue en el salón de sesiones de la Diputación. Por aquel entonces, el asunto que más preocupaba a los valencianos tenía que ver con la autopista Valencia-Madrid, que ya en la crónica destacaba que era de nuevo retrasada. Esta vez, prosigue la referencia, el Gobierno argumentó que el erario público no podía hacer cuantiosos desembolsos. 1929, año en el que se celebraron la Exposición Universal de Barcelona y la Iberoamericana de Sevilla. Diez años antes, sí que debían andar bien las arcas, porque el monarca, Alfonso XIII, había inaugurado la primera línea de metro de Madrid. 

Se tuvo que esperar un tiempo prudencial, en concreto hasta 1998, para que se abriera la autovía Madrid-Valencia, la famosa A3, y quedara completada. El presidente del Gobierno era José María Aznar, y el presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana. Por lo visto, se demuestra que los valencianos fueron pacientes con este particular.

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Zaplana, el campeón, ahora destronado, presuntamente, fue de los primeros que se percató de la idiosincrasia valencianí. Ante las inversiones brutales del Estado en Barcelona y Sevilla con los JJ. OO. y la Expo, el de Cartagena sacó la bandera propia de  nacionalismos, como la Espanya ens roba, para soliviantar a los pobres valencianos y colocarnos en el mapa a base de chequera, sin fondos, claro. ¿Se acuerdan? Eran aquellos tiempos de España 92-Valencia 0.

La lista de agravios es insultantemente larga. Tan dolosa como el comportamiento de la sociedad valenciana que llegó a estar dividida, hasta en la identidad

Los excesos que vinieron a continuación son conocidos. Se pagaron y se pagan caro. Tanto como la prudencia. Hace unas semanas, el presidente de la Diputación de Valencia, Toni Gaspar, ofreció en una entrevista, en Plaza Radio, un punto de vista particularmente doloroso, puede que fetén, sobre nuestra idiosincrasia. Le preguntábamos sobre el nulo interés del PSOE (PSPV) y PP en recuperar el derecho propio, al hilo de una necesaria reforma sobre el término disminuido que aún se refleja en la Constitución, y que fue rechazado por ambos partidos. Gaspar, socialista y, a veces, verso libre, radiografió el peso de nuestro poder político: «Podíamos pintar más, es nuestra manera de ser con el Estado, porque somos muy responsables; y aquí, para pintar, se debe ser irresponsable. Prefiero la responsabilidad; ya nos llegará nuestro turno». Terrible, cuánta verdad vomitada en segundos. Un síntoma. Una enfermedad, basada en la ausencia de referentes. Los tenemos de todos los colores, empresariales, investigadores, filósofas, deportistas, de todo. Pero, en cambio, no hay un líder político; puede que sea porque no tenemos el carácter necesario como sociedad. Ni lo ha habido, ni lo hay. Y los hemos tenido variopintos: reflexivo y callado; soñador estrellado con amistades peligrosas; señor que ha hecho de la  prudencia su bandera; el animal político; una ameba temporal, y hasta un aniquilador de servicios públicos. El orden, por entretenimiento, está, intencionadamente, alterado.  

El caso es que lo del 29 es uno de tantos ejemplos de lo que pintamos los valencianos en los centros de decisión. NADA. 

El Corredor Mediterráneo, la conexión AVE entre las tres capitales, Cercanías, la infrainversión, la dotación económica de los museos, etcétera.

La lista de agravios es insultantemente larga. Tan dolosa como el comportamiento de la sociedad valenciana que llegó a estar dividida, hasta en la identidad. Tanto que los papis del Estatuto tuvieron que inventarse aquello de Comunidad, para dejar contentos en el preámbulo a los que se peleaban por llamar a este territorio País o Reino. Normal que, por vestigios del siglo XIX, aún nos llamen aquello de Levante. Nos lo merecemos. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 101 (marzo 2023) de la revista Plaza

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