Ganadería Machancoses

Al Carrer 

Dani Machancoses es todo un referente en los festejos de los bous al carrer en la Comunitat Valenciana. No él, que no da ni un capote,  sino sus reses bravas, que cada temporada son las protagonistas de las fiestas de los pueblos que mantienen esta tradición 

26/03/2023 - 

VALÈNCIA. Dani Machancoses es la tercera generación que se dedica, en Picassent, a la cría de vacas y toros para los festejos de los pueblos de la Comunitat Valenciana. Hace unos meses ha incorporado unas reses de la ganadería Fuente Ymbro para mejorar el linaje de la Ganadería Machancoses. El ganadero dice que no quiere toros asesinos, pero que han de generar sensación de peligro. «Si no, no gustan», advierte.

Sopla un aire gélido y mugen las vacas en esta finca de Picassent llena de bultos negros. Las nubes amenazan con nuevas lluvias, pero de momento se impone el sol en una desapacible tarde de febrero. El suelo es una pasta densa sobre la que han echado una capa de gravilla, y el aire está impregnado de un pestilente olor a bestia. Dani Machancoses entra al volante de un camión que parece cargar con una bandera de Italia formada por verduras y hortalizas fraccionadas en tres colores: blanco, verde y rojo. Un montón de alimento que trae para sus toros y sus vacas del hierro que fundó su abuelo, por una carambola, hace 76 años. Luego lo volcará sobre la tierra, como si fuera arena, y subirá por el camino hasta la parte superior sin sacar las manos de los bolsillos.

La explotación se divide en dos partes. Una explanada superior, donde hay una caseta con una chimenea tiznada de negro, y los silos de comida: una nave cerrada y una nave abierta donde se ve un gran montón de arena y balas de paja. Luego sale el camino que conduce hasta la parte inferior, donde hay un centenar de reses al lado de otros corrales, en mitad de esta vaguada rodeada de pinos y campos de naranjos.


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Los animales están divididos en diferentes parcelas en mitad del campo. A un lado, las hembras con los bueyes y los terneros. Al otro, arriba, los machos. Y apartadas, en lo alto, las que están de cría. En medio, hay una pequeña placita de lidia como esas que se alquilan en las despedidas de soltero para que el novio y los invitados beodos se dejen zarandear por una vaquilla nerviosa. Pero este modesto albero está para asuntos más serios, para tentar a los toros y ver de qué pie cojean. La placita de tientas no tiene un gran diámetro y está rodeada por un estrecho burladero hecho de metal. Allí se mete un torero y prueba a las reses cuando tienen la edad para tentarlas.

Dani no entra a ningún capote. Es como esos toros resabiados que corren por las calles de los pueblos de Castellón y Valencia durante los días alegres del verano. Y si le hablas del toro embolado, de si sufre, de si regresa con el rostro dañado, solo entonces embiste: «Para nada, vuelven perfectos. Yo, a todos esos que dicen que el animal lo pasa tan mal y que se quema toda la cara, les espero aquí para que vean cómo llega en realidad, pero nunca vienen… No sé por qué será».

Este hombre de 43 años tiene mucha calle. Casi toda su producción está destinada a los bous al carrer y desde la Pascua hasta el otoño va de pueblo en pueblo llevando sus toros y sus vacas. De mediados de agosto a mediados de septiembre es la temporada alta y los festejos se multiplican. Dani Machancoses intenta estar en todas las fiestas de pueblos donde sueltan una de sus reses, pero hay días que no da abasto.

Un negocio familiar

La historia de la ganadería se remonta a 1947. Vicente Machancoses, su abuelo, la creó por casualidad. «Él era carretero, se dedicaba a fabricar carros aquí en Picassent. Una vez se fue con unos hombres a comprar material de aquella época a Albacete. Esos hombres querían comprar vacas y no tenían bastante dinero, así que se lo pidieron a mi abuelo. Él se lo prestó, se trajeron las vacas y cuando llegaron no pudieron hacer frente a la deuda. Y así fue cómo mi abuelo se quedó con las vacas en Picassent».

No sabía nada de esto, pero sus hijos le echaron una mano y sacaron adelante la ganadería. Uno era el padre de Dani, otro Vicente Machancoses, y el otro su tío Fernando. Juntos afianzaron el negocio, y en 2003 decidieron coger caminos diferentes. Algo parecido a lo que hicieron los hijos de Vicente, Dani y José Vicente, con esa rama de los Machancoses, en 2008. Dani seleccionó veinticinco animales y emprendió su camino enfocado a los bous al carrer.

La tercera generación mantiene la reputación del apellido. Su tío Fernando murió hace tres años y su padre hace quince, con solo 57 años y una enfermedad que no pudieron curar. «Lo pusieron en una lista para recibir un trasplante de hígado, pero no pudo ser y falleció después de una enfermedad. Yo entonces tenía 23 años. Mi hermano y yo nos hicimos cargo de la ganadería y, como yo tenía carrera de veterinario, separé mis animales y aquí sigo, al lío».

No fue un oficio impuesto por una vacada de la que alguien tenía que hacerse cargo. «A mí me gustan los toros de toda la vida», advierte Dani, quien además es un estudioso de los linajes y no para de mejorar el suyo. Aunque su negocio está en la calle. «Estas reses son para festejos en la calle. Es muy parecido, pero no es lo mismo criar animales que van a la calle y vuelven, que el toro de lidia. Tienen que tener unas características especiales que los adaptan a los festejos en la calle. Eso se consigue año tras año haciendo una selección, buscando sementales, buscando líneas de madres… Como si fuera una ganadería de lidia ordinaria», resalta. 


Después de independizarse de su hermano, su primer festejo fue el 16 de enero de 2009, un toro embolado que paseó sus astas de fuego por Castellnovo, un pequeño pueblo del Alto Palancia. Luego vinieron muchos más. El primer bolo de este 2023 llegó en febrero, en la localidad de Montserrat. La negociación se basa en unos parámetros muy sencillos: «Te llaman las comisiones de festejos o los ayuntamientos para determinadas sesiones, y en esas sesiones te dicen lo que quieren, ya sean vaquillas, toro, toro embolado o lo que sea, y el presupuesto que tienen. Entonces, en función de esa información, del lugar por donde van a estar las reses, yo las elijo, aunque, a veces, las comisiones te piden un animal concreto que, por lo que sea, lo han oído nombrar».

A Dani, un tipo amable pero parco en palabras, no le gusta individualizar. Huye de los toros ‘estrella’, aunque sabe que es inevitable que la fama de alguno de sus animales vaya corriendo de pueblo en pueblo. «Estrellas son todas, pues todas trabajan. Las que más me piden son una vaca que se llama Águila y un toro que se llama Faraón. Esos dos me los piden bastante. Pero tampoco es tan común. Solo alguno que sigue los festejos por los pueblos y luego lo pide para su comisión. Pero lo habitual es que elija yo».

Mientras habla, un buey intenta cubrir a una vaca sin demasiada insistencia. Los cuadrúpedos giran la cabeza hacia los forasteros. Otros comen y orinan a chorro. Dani dice que hoy, como el tiempo está más bien gris y vienen de días de lluvias, las vacas están «más aplatanadas de lo habitual». Toda la familia vacuna participa en los festejos de bous al carrer. «Los usas todos desde que tienen dos años. Hay muchísima demanda de esto. En el 95% de los pueblos de Castellón y Valencia hacen festejos de toro en la calle. Hay mucha demanda, pero somos 125 las ganaderías que nos dedicamos a esto. Y, en total, son cerca de doce mil animales en la Comunitat Valenciana». Los municipios más potentes, según Machancoses, que sigue con las manos metidas en los bolsillos, son Onda, la Vall d’Uixó, Segorbe, Puçol, Bétera… Las crías crecen durante un año y entonces ya se las tienta y se eligen los sementales. Dani explica la jerga taurina: «Se tientan es que se prueban, como si fueran de lidia ordinaria, con capote y muleta. Y ahora estamos empezando a tentar a los machos a caballo. A las hembras es con capote y muleta, y vas decidiendo, viendo qué líneas de madre, qué líneas de padre… Y las vas seleccionando». La vaca más vieja de este corral tiene dieciocho años. Es un animal especialmente longevo, pues «lo normal es que duren trece o catorce años».

Dani no entra nunca al capote. Si le preguntas por si sufre por sus animales en los festejos, donde muchas veces están rodeados de gente bebida o poco sensible con los astados, asegura que está muy tranquilo. «Yo intento ir a todos los festejos y no sufro cuando están en la calle. No se sufre. Estos animales están más que acostumbrados», ataja.

El día del festejo suben a la vaca a los corrales de arriba, luego la van apartando hacia corrales más pequeños y, al final, cuando ya está sola, la suben al camión desde otro camión por lo que Dani llama la tajadera. Al día siguiente regresan a la finca y se recuperan. Los tres empleados que trabajan en la explotación alimentan a los animales con subproducto, forraje y desechos de la industria alimenticia como hortalizas, fruta y verduras, y un complemento de pienso. Cada res consume entre veinticinco y treinta kilos diarios de alimento. Aunque depende de su corpulencia. Los toros pueden pesar entre cuatrocientos y quinientos kilos, y las vacas, entre trescientos y cuatrocientos.

 «En el 95% de los pueblos de Castellón y Valencia hacen festejos de toro en la calle. Hay mucha demanda, pero somos 125 ganaderías las que nos dedicamos a esto»

Lo primero que hacen cada día al llegar a la finca es revisar a los animales, especialmente las crías para que estén bien: «Es importante saber si hay alguno enfermo, que no haya ninguna patología, porque entonces hay que apartarlos y tratarlos fuera de la manada». Después les echan de comer y luego se centran en mantener en buen estado toda la infraestructura de la explotación.

Dani Machancoses no está por las mañanas. Él, que ejerce como veterinario, trabaja durante media jornada en una explotación de ovino de leche, con cinco mil ovejas, en Catadau. «Lo que no sacamos de un sitio intentamos sacarlo del otro», explica el ganadero, que acaba de dejar atrás dos años muy duros por la pandemia y la suspensión de la mayoría de los festejos. Al acabar, se va a comer y luego acude a la finca a ver a sus toros.

Después de la pandemia, Dani decidió dar un paso al frente en la mejora de su linaje y se animó a comprar varios ejemplares de Fuente Ymbro, una conocida ganadería de toros bravos de San José del Valle (Cádiz), que cuenta con cuatro morlacos indultados en su historial: Harinero, Espléndido, Jazmín y Soplón. «Están aquí desde la pandemia y ya tenemos tres crías de ellas e intentamos mezclar la sangre a ver qué tal sale. Es el primer hierro que pruebo. Es una casa muy segura y con unas características que nos gustan mucho. A partir de ahí iremos viendo».

La res es seleccionada para el festejo

A diferencia de Fuente Ymbro y otras castas, Dani asegura que los Machancoses no atesoran ningún rasgo diferencial: «mis animales no se diferencian en nada de los del resto. Somos todos parecidos. Quizá alguno haya seleccionado morfológicamente una vaca más diferente, pero al final son muy parecidos». Otro asunto es que cada res, por genética o el motivo que sea, desarrolle unas características u otras. Y en función de esas virtudes y defectos, Dani hace la selección para cada festejo. «Elijo cada res en función del recorrido que se va a encontrar en el pueblo: puede ser asfalto, tierra, una plaza grande o pequeña… Pues en función de eso, eliges la que crees que puede ser mejor. Luego llega el día y te sale bien o te sale mal, pero lo haces con la mejor intención», detalla. 

La respuesta del toro en cada calle también es distinta y eso determina el número de actuaciones que tendrá cada temporada. «Hay animales que se entregan mucho y necesitan más descanso, mientras que hay otros que se entregan menos y necesitan menos descanso y pueden hacer actuaciones más seguidas. Cuando vienes por la mañana ya sabes cuáles pueden ir a trabajar y cuáles no».

Dani, como casi todos los ganaderos, está harto de que le pregunten por Ratón, un toro peligrosísimo de la ganadería Gregorio de Jesús que se hizo tristemente célebre después de cobrarse la vida de tres personas. «No quiero ningún toro que se haga tan famoso por lo que hizo este; no quiero animales con esa fama, aquí todas las vacas son normales», defiende. Aunque tiene muy clara cuál es la esencia de estos festejos: «Lo que más se aprecia es que tengas sensación de peligro, que haya la sensación de que algo puede pasar, eso es lo que más se valora. Cuando es todo muy fácil a la gente no le gusta. Tiene que haber algo que llame la atención».

Su actividad no le permite mucho alimentar su afición por el toro de lidia, pero en València no suele perdonar ni en Fallas ni en la Feria de Julio. Cuando cae una tarde suelta, ve las grandes corridas por televisión. 

El futuro es una incógnita. Sus dos hijas son muy pequeñas todavía para poder intuir si se convertirán en la cuarta generación de los Machancoses. A Dani no parece obsesionarle, aunque sonríe al contar que la primogénita, al menos, sí tiene afición: «La mayor tiene trece años y ya se va cogiendo. En verano vino conmigo a muchos sitios y la verdad es que le gusta. La otra es más pequeña, tiene seis años. Si quieren seguir con esto, para ellas es. Yo quiero que estudien y después que elijan lo que quieran. Si lo quieren, aquí estará».

La finca no es una dehesa al estilo de Andalucía o Extremadura sino más bien un secarral, pero eso no quita para que algún romántico con sueños de torero se haya acercado a hurtadillas alguna noche de luna llena, haya saltado el cercado y, citando a un toro, haya querido emular a Juan Belmonte, como cuenta Manuel Chaves Nogales en su magistral biografía sobre el Pasmo de Triana. «Al día siguiente nos damos cuenta, pero eso lo lleva la idiosincrasia del tipo de animal que tenemos. No llegas a descubrir quién es, pero sí que han entrado. Eso se nota», especifica.

Quizá por eso hay un perro correteando por toda la finca. No para quieto y se pasea por encima del último corral con un pelaje blanco y negro que inspiró a las hijas de Dani a llamarle Oreo. Aunque si alguien es capaz de medirse con un morlaco en mitad de la noche es difícil que tenga miedo de este perro de apariencia amigable.

Dani saca una mano del bolsillo para despedirse. Luego se gira y, en cuanto te descuidas, ha reanudado sus tareas. Son decenas de animales y no demasiadas manos para cuidar de ellos. Es la vida de un ganadero. Da igual que sea lunes o domingo. Que haga frío o haga calor. Los animales siempre están ahí, tranquilos, comiendo y mugiendo, pero listos para salir a la calle y proporcionar un buen espectáculo. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 101 (marzo 2023) de la revista Plaza

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