el sur del sur / OPINIÓN

Golpes en el pecho en Alicante 

6/05/2018 - 

El Partido Popular (PP) está para pocas alegrías. Sale de un escándalo, llámese Cristina Cifuentes, y ya asoma otro asunto, como, por ejemplo, con Ricardo Costa frecuentando las dependencias de la Fiscalía Anticorrupción: otra bomba de relojería cociéndose. Esta semana, Luis Díaz Alperi se sienta en el banquillo de los acusados por supuesto delito fiscal, mientras los jueces dirimen la validez de las escuchas del caso Brugal.

Y ante este contexto, que Luis Barcala se haya hecho con la Alcaldía de Alicante, es para que los populares lo celebren por todo lo alto visto el paisaje y el paisanaje que pintan los sondeos. Visita institucional en el ayuntamiento y acto en el Auditorio Provincial para subir la moral de la tropa. Lo normal es que hubiera sido Rajoy quien espoleara a los suyos. Pero no. Rajoy, más bien, durmió al respetable con las cifras tan poco atractivas de su presupuesto para 2018. Quizás lo mejor que haya dicho el presidente es que el Corredor Mediterráneo es un proyecto estratégico para el Gobierno. ¡Uff!, respira la Asociación Valenciana de Empresarios. Y si el corredor ya es un proyecto estratégico que avanza a ritmo de cercanías de vía estrecha, pues que no pare.

Ahora bien, la gran animadora del acto fue la presidenta del PPCV, Isabel Bonig. Escenifica mejor que nadie el odio a Compromís -el odio al PP también existe, -. Cuando habla de Marzà (o de Puig) sobre las cuestiones lingüísticas, Bonig no sugiere, no propone, no enmienda, no; Bonig muerde, Bonig tritura (políticamente) al oponente, independientemente del termómetro o la escala de grises que respire la calle, o algunos sectores de su partido, que difícilmente puedan mantener ese discurso en sus ayuntamientos.

Ella es la que ha conseguido que Rajoy entre, aunque sea a regañadientes, en el hipotético choque -uno más- contra el Gobierno del Botànic a cuenta de la Ley del Plurilingüismo. Con el objetivo de no caer en el centro político, arrastrado por Ciudadanos, por una parte, ni por Compromís, por la otra, la lideresa de PP mantiene un discurso hilarante y extremista sobre la cuestión lingüística y educativa del conseller Vicent Marzà. No va con rodeos: juega a todo para que elector dubitativo la elija a ella -frente a Ciudadanos- como dique contra cualquier cambio del status quo que dejó el PP, y, a su vez, que el militante de base pueda estar orgullosa de ella.

De nada ha servido que el Botànic haya corregido su inicial decreto -ahora anulado por el TSJ por discriminación del castellano- y lo haya sustituido por una ley. Bonig da muestras de no buscar, por ahora, la centralidad para cuando menos mantener la base electoral -y poder gobernar si da la suma con Ciudadanos-. No, Bonig va a por todas en este campo, sin importarle lo que su partido haya hecho en el pasado. Mientras haya debate identitario, la contienda está en los extremos, y, al menos, lo que busca la lideresa del PP es Génova entre de lleno en la pugna por ese sector ideológico que ahora se discute- y que según las encuestas- gana Ciudadanos por posicionamiento tras la cuestión catalana.

El mensaje de Bonig es magnífico para sus militantes, cargos públicos y dirigentes, visto desde ese punto de vista. Si este sábado han salido más optimistas de cara a las próximas citas electorales, es más por Bonig que por el presidente del Gobierno. Ahora bien, el mensaje de la lideresa popular, como escorado e hilarante que es, tiene un riesgo, o varios: el primero, ¿puede el PP defender ese mensaje en todas las partes del territorio de la Comunitat Valenciana? Dos, ¿todas las generaciones son tan sensibles al rechazo a la cuestión lingüística, como lo plantea el PP? Pues eso, los golpes en el pecho de este sábado en Alicante pueden subir la moral de la tropa, pero a riesgo de generar apatía en el centro político. Y, al mismo tiempo, de alejar al nuevo electorado, que ha demostrado -y siguen demostrando las encuestas- que las preferencias pudieran ser otras para combatir prácticas políticas, hoy oxidadas. El eje, primero, fue derecha-izquierda; después España-Cataluña, y empieza a virar hacia otros ejes como pensiones o feminismo. ¿Se sustenta la vehemencia de Bonig ante este tipo de cuestiones?

¿Qué Marzà y el Botànic erraron en el primer decreto sobre la materia? Obvio, a tenor de la reacción de la calle y de los fallos judiciales. ¿Qué Marzà perdió la oportunidad de vender el plurilingüismo como una opción de mejora pedagógica respecto al caduco modelo de las líneas? Pues también. Mientras esté el debate identitario, no habrá solución pacificadora, y menos con la dureza que este sábado ha demostrado  la Thacher valenciana. De momento, golpes en el pecho de dudosa eficacia para el consenso. Cuando baje el soufflé de Cataluña, veremos el alcance, incluido el del agravio en el reparto territorial de los fondos públicos, que ese también existe, independientemente de la lengua que se hable, te guste, o te exijan para tu puesto de trabajo.

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