vals para hormigas / OPINIÓN

De Moncloa a la luna

25/07/2018 - 

La política va equiparándose poco a poco a la Iglesia. Es más fácil encontrar a alguien que cree en las filosofías y valores que representan que en los encargados de ponerlas en práctica. Tuerces cualquier bocacalle y te topas con alguien que profesa la existencia de un ente superior que ordena el caos, pero que desconfía de la curia. Esperas que llegue el autobús en una parada remota y es muy frecuente que alguien se confiese de derechas o de izquierdas, para después afirmar con rotundidad que todos los políticos son iguales. Esta imbricación entre lo público y lo eclesiástico probablemente sea del agrado de Pablo Casado, nuevo presidente nacional del Partido Popular, tan carpetovetónico y preconciliar, tan heredero y postgeneracional, tan millennial y noventayochista como el electorado sea capaz de exigirle. Pero que al final tendrá que enfrentarse, como todos, a una sociedad en la que el ejercicio de su cargo, ya sea al frente del Gobierno o en la oposición, es el mayordomo de todas las novelas de misterio. Siempre bajo sospecha.

Pablo Casado no cree en el centro demoscópico ni en los exámenes de fin de curso. Iker Casillas no cree en la llegada del hombre a la luna, según confesó en Twitter. El Partido Comunista cubano ya no cree en el comunismo. Pedro Sánchez no cree que el transporte público desemboque en Benicàssim. Y yo no creo en los pasaportes ni en los relojes. Vivimos un momento de anemia de confianza y de disidencias por decreto que se debe, sin duda, al desgaste de las instituciones y los poderes fácticos, que solamente creen en sí mismos. Que han tomado a la ciudadanía por un mal ineludible al que no juzgan necesario dar explicaciones. Así es como hemos llegado a que en la política solo crean los políticos de carreras de fondo que saben posicionarse junto a la cuerda del tartán y los periodistas con máster en negocios y publicidad. Fuera de esos ambientes, reina una sensación de anarquía por desgana, de ateísmo por descarte, de resignación generalizada.

Y sin embargo, en las mesas familiares siguen prohibidos los debates sobre fútbol, política y religión. Para evitar disgustos, rencillas e incluso reyertas. A un padre sí le exigimos que reniegue de sus principios en nuestra presencia. A una prima sí le exigimos que no acuda con la camiseta de su equipo, siempre rival. A un tío sí le exigimos que no nos venga con revelaciones y epifanías. Tal vez, solo tal vez, deberíamos empezar a exigir a los políticos que se dediquen a hacer política, como exigimos a los fontaneros que el grifo quede bien sellado, a los panaderos que la barra les quede bien crujiente o a los médicos que adivinen nuestras dolencias con una simple aplicación del fonendoscopio. Convendría que Sánchez, Casado, Albert Rivera o Pablo Iglesias–o cualquier otro, dentro de cualquier otra circunscripción- comprendieran que deben rendir cuentas tanto a sus votantes como a los que no lo son. Que legislaran y presupuestaran según las necesidades ajenas y no los beneficios propios. Para los de izquierdas y para los de derechas, para ateos y creyentes, para monárquicos y republicanos, para independentistas y constitucionalistas, para merengues y culés. Solo así evitarán que, como Iker Casillas, pensemos que la llegada de cualquier presidente a la Moncloa ha sido rodada por Stanley Kubrick. Y no nos la creamos. 

PD: (Casillas, finalmente, rectificó ayer. Veremos el resto).

@Faroimpostor

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