la yoyoba / OPINIÓN

Canción urgente para Cataluña

6/10/2017 - 

Uno, dos, tres. Cuento hasta tres y respiro.

Algo debo haber hecho mal para deambular por esta tierra de nadie donde acechan los francotiradores. Cruzar trincheras es un ejercicio peligroso. Siempre lo ha sido. Mi naturaleza empática se está desmoronando por momentos. La violencia gratuita ha conseguido que tome partido, que lo haga desde las entrañas. Y sé que eso es mal asunto. Pensar es más productivo que sentir, pero ahora mismo no estoy en condiciones.

Cuatro, cinco, seis. Cuento tres veces más y respiro.

No recuerdo bien cuándo se produjo en mí la metamorfosis. Oigo decir por ahí que ahora le llaman adoctrinamiento. Quizá tengan razón y no sea consciente del catecismo que me inocularon a pequeñas dosis sin que yo me percatara a tiempo. Mi viaje vital por Barcelona comenzó en Bellvitge, pasó por el Clot, por Cerdanyola, por Horta y acabó en Consell de Cent, en pleno Eixample. Tal vez este recorrido no fuera tan casual como parecía. La primera dosis de caramelos envenenados la debí de tomar cuando escuché por primera vez la Laura de Lluis Llach que cantaban como un himno mis compañeras de piso. “Avui que puc fer una cançó, recordo quan vas arribar...” me dio la bienvenida a un país y a una lengua totalmente desconocidos..

Seis, cinco, cuatro. Relájate. Recuerda.

Mi adolescencia se forjó con los acordes del Hilario Camacho que quería subir al cielo por sumas de escaleras. Con los fandangos revolucionarios de El Cabrero. Con el andalucismo acústico de Triana. Pero no sabía nada de “estacas” ni de “caras al vent” que eran la banda sonora de otros jóvenes con quienes compartía sueños pero no idioma. En los años ochenta yo estaba más interesada en la lucha sandinista que en la catalanista pero eso no me impidió abrir bien los ojos y los oídos. La UAB era un reducto de rojos catalanistas donde me obligaron a cursar lengua castellana (no, no me he equivocado), donde me permitieron escoger el idioma en que quería recibir cada asignatura, donde me enseñaron que las mujeres, los negros, los niños y los pobres eran los grandes ausentes de la historia (gracias Amparo Moreno), donde me enseñaron que Al-Andalus fue un territorio próspero, culto y tolerante. Una herejía en toda regla para alguien a quien habían repetido hasta la saciedad las proezas de los reyes católicos. Poco a poco me fui dando cuenta de que la España que aparecía en mis libros de historia me la habían contado siempre los vencedores. Pero que había otras. No me adoctrinaron, simplemente me mostraron otras perspectivas. En la facultad me enseñaron muchas cosas, excepto catalán. Eso lo aprendí yo solita. Para poder leer a Martí i Pol sin traductores, para cantar todas las canciones de Serrat y no solo la mitad, para que mis compañeros dejaran de cambiar de lengua cada vez que se dirigían a mi. He de reconocer que esto último no lo conseguí hasta mucho tiempo después. Cataluña me abrazó, me cantó, me formó y yo me marché sin darle las gracias.

Tres, dos, uno. Expúlsalo ya.

Las gracias públicamente. Si no lo hiciera, mi silencio sería cómplice de tanta mentira publicada, de tanto odio maquillado de estricta legalidad y estado de derecho. Más allá de los rifirrafes políticos, de las DUI, de todos los errores cometidos en el fragor de la refriega parlamentaria, no puedo sino abrazarlos fuerte, compartir con ellos esa resistencia pacífica y dejarme apalear, si hace falta, por quienes creen que siempre tienen la razón y la ejercen en nombre de la ley. Ya está. Ya lo he dicho. Mi madre está preocupada por mí. Me llama cada tarde para ver cómo estoy. Ahora mejor, mamá, acabo de vomitar muchas tertulias intoxicadoras. Me habían sentado mal. @layoyoba

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