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"No les pagamos más porque se lo gastan"

'Machines' es un documental indio, dirigido por Rahul Jain, que muestra de manera aséptica y descarnada la situación laboral en el interior de sus fábricas textiles. Los trabajadores recorren kilómetros durante días hacinados en trenes para trabajar en ellas. Si se sindican, el líder que elijan no tarda en ser asesinado. Los patrones argumentan que si les pagan más abandonarán a sus familias y se lo gastarán en alcohol. Hay niños trabajando en la nave, durmiendo en ella. Un encargado presume de resolver las disputas con los trabajadores "a hostias"...

8/09/2018 - 

VALÈNCIA. Nominado a la mejor fotografía en Sundance, el documental de Rahul Jain, Machines, cuenta con escasos testimonios, pero contundentes. Al igual que las imágenes, que no están acompañadas de una narración, pero no hace falta, son elocuentes.

En los pasillos de una fábrica textil india, Jain filma a los trabajadores exhaustos, trabajando en condiciones antihigiénicas, manipulando productos químicos con las manos desnudas y sin mascarillas. Las escenas de trabajos mecánico y repetitivo recuerdan a las que rodara Godard clandestinamente en fábricas de Checoslovaquia con el grupo Dziga Vertov para su documental Pravda de 1969. 

El primer testimonio es idéntico al del obrero checoslovaco que salía en Pravda, solo que este se esfuerza más por explicar que su trabajo requiere concentración, que no es solo mecánico. Se trata de mezclar productos químicos.

El segundo, explica cuál es la situación de la mayoría de los trabajadores de esa nave. No pueden mantener a sus familias y piden préstamos para poder trabajar. Porque llegar a la fábrica, como es el caso comentado, supone recorrer 1600 kilómetros en tren, para lo que no tiene dinero. Son 36 horas de viaje de pie, sin poder sentarse en ningún momento, sin agua ni comida. Solo garbanzos tostados que lleva en un bolsillo. En la fábrica hace turnos de diez horas. Dice que hay miles en su misma situación, pero no se considera explotado porque nadie le obliga a estar ahí.

El contrapunto lo pone un directivo de la fábrica. Se queja de que su gasto doméstico solo se ha duplicado en los últimos doce años, pero a los trabajadores les han cuadruplicado el sueldo en ese periodo. Y no le gusta, porque si se les paga más, "comprarán tabaco, quizás alcohol, quizá otras cosas malas, se lo gastarán". Cree que no lo enviarán el ahorro a casa, porque a la mayoría, o al menos a un 50%, sus familias no les importan, las tienen vagabundeando, mendigando.

"A los indios solo les motiva el dinero. Solo entienden una cosa: Dinero", se queja amargamente. "Antes no era así". Explica que los trabajadores de su fábrica a los que se les ha subido el sueldo, se han relajado. El gobierno les ha pedido que aumenten los salarios, pero si lo hace, dice, a los trabajadores les da igual todo. Y sentencia: "Cando tenían el estómago vacío, se preocupaban por su estómago como por la fábrica, pero con el estómago lleno, les da todo igual".

Un encargado cuenta cómo es la política laboral dentro de la empresa. Es una explicación muy sencilla: "Si el empresario es malo, habrá sindicatos; si es bueno, nadie se lanza a montar un sindicato". En su caso, no hay sindicatos, porque, presume, él es fuerte. Reconoce ante la cámara: "Yo les pego un par de hostias" ¿Eso no es un problema? No, si les despiden, tienen que volver a su pueblo, cuenta. Si presentan una denuncia, ir al juzgado les supondría gastar 500 rupias de ida y 500 de vuelta y comer. "¿Tú te crees que gente que no tiene ni para comer va a viajar para ir al juicio?", sentencia bastante ufano.

La otra versión, la de los trabajadores, también aparece. Uno de ellos dice que la fábrica está bien porque los niños pueden trabajar en ella y, de este modo, aunque no les llegue para ahorrar, al menos pueden alimentarse. Luego se queja hastiado del quebradero de cabeza de todo sindicalista: la unidad. Expone que si los trabajadores se unen, logran que los jefes cedan, pero no están unidos. Si hubiera unidad, sigue, trabajarían ocho horas y tendrían derechos, prestaciones, extras y vacaciones. Pero por ahora solo te pagan el salario y basta. Si tienen un problema, te pegan y te echan. "Hoy en día, el obrero puede ser un tigre si hay unidad", proclama, "pero cuando los obreros se unen lo que suelen hacer es matar al líder", concluye con este detalle importante.

Jain ha explicado en entrevistas que ha dejado las imágenes y los testimonios sin contextualizar con un narrador, sin explicarlos ni darles relieve, porque no estaba interesado en dar ninguna respuesta. El primer título que pensó fue Las máquinas no hacen huelga, luego lo acotó.

Cuando era niño, su abuelo tenía una fábrica como la que ha filmado y él pasaba allí los veranos. Ahí le surgió la inspiración para rodar Machines. Sentía curiosidad por ellos, por los trabajadores. Ha admitido, en Indie Wire que creció en la India, pero que era de clase alta. "Siempre me pregunté cómo podía alguien que me servía vino ganar al mes la mitad de lo que costaba la botella que me estaba poniendo". Sin embargo, él, que estudió en California, tuvo la necesidad de irse a la India a filmar porque era su terreno, lo que conocía, al contrario que Estados Unidos.

La fábrica, de todos modos, es de un pariente suyo. Su asistente de fotografía, un mexicano, Rodrigo Villanueva, le tuvo que decir en más de una ocasión que se tranquilizase, que al ser una fábrica familiar podía hacer lo que quisiera. Quizá por eso, por ser quien era, tardó un tiempo en ganarse la confianza de los currantes, desconfiaban de él. Incluso, en un principio le preguntaban quién iba a ser el héroe en la película y quién el villano. No entendían que nadie quisiera grabar cómo trabajaban. Era, de hecho, la primera vez que nadie les grababa en su vida.

 

En Variety dijo que la fábrica olía "como un barril lleno de amoniaco" Su deseo con las imágenes y los planos que tomó, era que de algún modo ese olor le llegue al espectador.  Lo mismo que la sensación de encierro, la claustrofobia de los trabajadores dentro de la fábrica y amarrados a sus tareas. Y lo consigue, pero nosotros, que ya hemos roto la unidad de los trabajadores hace muchos años, tras ver este ejemplo de explotación decimonónica solo podemos preguntarnos si este escenario lo hemos dejado atrás o vamos directos hacia él en pocas décadas.

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