La nave de los locos / OPINIÓN

El espíritu de la colmena

Cada nueva generación tiene menos metros para vivir. Los pisos se achican al tiempo que los precios se disparan. El alquiler como alternativa empieza a ser el privilegio de unos elegidos. Quizá la solución pase por los ‘pisos colmena’: vivir un poco apretados pero sin temor a ser desahuciados

17/09/2018 - 

La noticia careció de la difusión que su importancia merecía. En verano nos enteramos de que una empresa construía pisos colmena en Barcelona para inquilinos con dificultades económicas. Estas viviendas, de 100 metros cuadrados cada una de ellas, están divididas en 15 nichos (repárese en esta palabra) de 1,2 metros de ancho, 1,2 de alto y dos de largo. El alquiler de estos minipisos sería de 200 euros al mes.

Sin reflexionar sobre las ventajas de este innovador producto inmobiliario, que persigue el éxito de la experiencia japonesa, el Ayuntamiento gobernado por Ada Colau se precipitó rechazándolo de plano, y pidió a los Mossos d´Esquadra que investigaran un posible fraude.

Creo que la señora Colau debería hacer autocrítica porque los pisos colmena, a mi entender, evitarían un gran número de desahucios. Ella hizo de los desalojos de viviendas su principal bandera de activista. Gracias a ello accedió a la alcaldía de Barcelona. Pese a las evidentes estrecheces de estos minipisos, un alquiler de 200 euros está al alcance de las clases populares a las que la alcaldesa dice representar. Esas familias trabajadoras, a menos que se dediquen a actividades delictivas, cosa que nunca les criticaremos, nunca podrán pagar los 1.200 euros que piden los caseros por un piso de 70 metros en la Ciudad Condal.

Los ‘pisos colmena’ reflejan el espíritu de este tiempo en que todo se ha empequeñecido y cada cual vive aislado del otro, encerrado en su madriguera virtual

Barcelona y el resto de Cataluña encabezan la subida de los alquileres, que ronda el 40% desde el inicio de la controvertida recuperación económica. El principal responsable de este fenómeno negativo es sin duda el nacionalismo español y en particular el niño Albert, que por algo trasladó su residencia a Madrid, ciudad en la que alquilar un piso decente comienza a ser el privilegio de unos elegidos.

Baleares, Canarias y València han registrado también notables subidas en el coste de los arrendamientos, lo que prueba el crecimiento “robusto” de la economía española, y cito palabras textuales del presidente del Gobierno, si no las ha rectificado ya, como argumento de autoridad.

No entiendo por tanto que algunos responsables políticos —que con toda probabilidad residirán en viviendas amplias y confortables— se opongan a los pisos colmena, que están pensados especialmente para las parejas en crisis, forzadas a tener algo de contacto físico. No nos pongamos exquisitos. ¿No vivimos en una economía de mercado? ¡Pues toma economía de mercado! Además, este debate se abrió en los tiempos del inefable Zapatero. La entonces ministra de la Vivienda, María Antonia Trujillo, hoy feroz contertulia en algunos medios conservadores, propuso “soluciones habitacionales” para paliar el problema del acceso a la vivienda. Aquellos pisitos —con el permiso de  Marco Ferreri— tenían entre 25 y 30 metros cuadrados. Ya quisieran muchos vivir hoy en casas de este tamaño. En esto, como en casi todo, hemos retrocedido en los últimos quince años.

Vuelta a las casas de huéspedes de la posguerra 

En este periodo, el mercado del alquiler se ha autorregulado, para mayor gloria de los liberales. Para sacarle partido a esta burbuja inmobiliaria, propietarios de grandes pisos alquilan habitaciones en el centro de Madrid por hasta 500 euros. Así se enriquecen. En cierta medida hemos vuelto a la posguerra, con aquellas casas de huéspedes en las que olía a lejía y pescadilla frita, aquel tiempo siniestro que Cela describió maravillosamente en La colmena. Y la inmigración, cada día más pujante, ha encontrado en los pisos patera una solución provisional para sus problemas de habitabilidad. No cabe olvidar tampoco la okupación de viviendas vacías, una de las manifestaciones modernas de colectivismo, además de negocio emergente, que goza de la comprensión de los muchachos de Podemos. 

Soluciones ha habido, hay y habrá para que cualquier ciudadano pueda hacer efectivo su derecho constitucional a una vivienda “digna y adecuada”, regulado en el artículo 47 de nuestra vilipendiada Carta Magna. Además, ¿no creéis que los pisos colmena reflejan el espíritu de este tiempo en que todo se ha empequeñecido, hasta nuestras ilusiones, y cada cual vive aislado del otro, encerrado en su madriguera virtual? Tenemos una democracia menguante, una comida basura, unas relaciones líquidas y unos trabajos precarios. No hay ambición ni grandeza por ningún lado. Lo único que crece son las listas de espera para operarse pero confío en que el regreso de la hija pródiga —hablo, en efecto, de la exministra Carmen Montón— arregle este problema.

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