LOS DÍAS DE LOS OTROS

El diario favorito del año 1967: Juan Manuel Silvela Sangro

13/06/2018 - 

VALÈNCIA. Hay diarios que tuvieron su año de gloria. Hay incluso diarios que fueron best sellers. Es el caso del Diario de una vida breve de Juan Manuel Silvela Sangro en el año 1967. Cuenta José Muñoz Millanes en el prólogo de este libro que intelectuales de la talla del pensador Julián Marías o el historiador Federico Sopeña alabaron el libro por su gran valor literario. El filósofo afirmaba que “el diario en tono menor de Manolo Silvela, velado de grises, hecho de bondad y buena educación, muestra con mucha más fuerza que tantas novelas lo que ha sido Madrid -al menos, un fragmento de Madrid- desde 1949; y en él, yendo y viniendo, ensayando la vida, soñándola, esperándola, deseándola, temiéndola, desconfiando de ella, tratando de entenderla, gozándola siempre, un personaje atractivo, sincero, lleno de matices, generoso y por ello a última hora feliz”.

Pero, ¿qué es un diario en tono menor? ¿El diario de alguien apenas conocido? ¿O más bien el diario de alguien que no quiere estar en el centro de todo y de todos? Sin duda, es el diario de un escritor malogrado que vivió una existencia incompleta a causa de una enfermedad que le quitó la vida cuando apenas contaba con 32 años. Con solo 17, Juan Manuel ya era un muchacho melancólico, educado y tremendamente curioso por todo aquello que leía o escuchaba. Pese a ser un diario juvenil o de aprendizaje, hay entradas hondas y reflexivas que bien parecieran extraídas de alguien mucho más mayor. Resulta especialmente interesante el dibujo de ese Madrid culto y erudito de posguerra en el que pululan nombres como Ortega o Gómez de la Serna, de quien se muestra un absoluto seguidor:

15 de marzo
(…) Tengo ganas de leer el libro de Ramón Gómez de la Serna, Automoribundia, del que leí ayer en ABC un magnifico comentario y del que, según mamá,“todo lo que se diga es poco”. La gente que me rodea es cada vez mas encantadora. Hay que saber darse cuenta de lo que es el “yo viviendo cada día”. ¡Qué colosal es el placer de comprender! ¡Qué magnífica la música en todas sus manifestaciones! La ciencia es lo divertido y nutritivo de la vida. El amor es la ultravida de la vida pero la música es lo mágico que todo lo hace bailar, lo convierte y lo armoniza; es el hada del cuento de la vida.

Y así hablaba del amor, de uno prematuro y juvenil que vivió con la pasión de la edad pero con absoluta densidad:

20 de febrero
¿Qué es lo que buscamos en una chica para enamorarnos de ella? Estoy conforme con Ortega en que no nos entusiasmamos con un rostro perfecto o con un conjunto de bellas facciones, sino con un detalle particular. Sobre una pequeña gracia construimos la ole de nuestro amor.

Resulta emocionante la lectura de esas entradas que se abren al asombro de la lucidez, del mundo, de la sorpresa y la ilusión. Los paseos nocturnos (“Me encanta pasear de noche y oler la yedra de las casas con jardín y ver mi sombra moverse dentro de esos jardines misteriosos en los que nunca me será permitido entrar”) pronto le sirven para analizar todo aquello de lo que se ha ido alimentando durante el día (esencialmente la música). Después, en casa, es un chico cariñoso con su madre, con su abuelo, con sus amigos. Todos pertenecientes a una familia de la alta sociedad madrileña.

            (…) Cuánto me gustaría comunicarme con estos aficionados que saben dejar la cama por oír hablar de Bártok. Hay poca luz para escribir, pero un ambiente simpático. Y las pocas chicas que vienen, ¡qué interesante sería conocerlas! Estoy un poco triste y apático. Alguna cara de chica extranjera: doblemente apetecible.

Este diario -que por su juventud pudiera recordar al del poeta Félix Francisco Casanova- está exento del morbo, de esas cuitas tan íntimas que tienen otros diarios. Aquí hay un ritmo lento y refinado, como una de esas cantatas de Bach que tanto venera Silvela. Quizás la única concesión que se permite a este respecto tiene a Grace Kelly y los toros como escenario:

13 de mayo
Grace Kelly en persona.
Estuve en los toros. La tarde era azul y la plaza estaba llena para la tercera corrida de feria. Una salva de aplausos acogió la llegada de los príncipe de Mónaco. Se acomodaron rápidamente en el palco de la Diputación, confirmando ella mis esperanzas: alta, elegante y de dulce expresión.

Esta leve frivolidad se mezcla en cuadernos anteriores con reflexiones de hondo calado que en un joven de 17 años pudieran parecer impostadas y que, sin embargo, se revelan verosímiles. Así recuerda la lección de Ortega en la entrada del 1 de diciembre de 1949: "La vida humana quizá consiste, en su esencia más íntima, en importarse a sí mismo".  ¿Sabía Silvela el estilo que estaba imprimiendo a su diario? ¿Sabía que se convertiría en el ejemplo más cercano de los diarios de Rilke de aquel año 1920, por ejemplo?  A veces resulta molesta tanta sofisticación, tanta sobriedad. La vida es amable y lírica y serna. Ningún volcán suscita la ira o la pasión de Silvela. Algo se modifica en el año 1954 cuando Silvela comienza a estudiar derecho. Ahí comienzan también los primeros viajes a París, a Londres... pero siempre en su recuerdo está su madre. Se trata de una figura a la que recurre con asiduidad y que siempre -absolutamente siempre- sale favorecida:

            (…) Mamá vive proyectada hacia el futuro; hace todo lo que hay que hacer para sostener una casa. La recuerdo volviendo de Mondeville con cuatro cestas cargadas de comida. La imagino probándose mil trajes, ensayando veinte platos diferentes, hablando por teléfono. Mamá es el movimiento. Mamá necesita un enorme espacio para vivir, para respirar con toda su naturalidad

Como pueden comprobar, lo esencial de este diario no es aquello que rodea a su diarista, sino más bien lo que le sucede por dentro. Intelectualmente, desde luego. Pero también en un organismo que empieza a fallar (el corazón) y que le dejará sin vida demasiado pronto. Apenas uno años antes de morir pero sabiendo que se moría, Silvela escribía: "Dios mío: no tengo ninguna prisa por morirme. Me basta con estar aquí paseando bajo el cielo estrellado de la noche, entre las acacias de la calle, los árboles más pobres que existen, tan pobres que ni siquiera tienen aroma”.

El epílogo del libro editado en Pre-Textos corre a cargo de Julián Marías. El filósofo se muestra abatido por la muerte de su amigo-discípulo y anota algo que es sustancial para toda la literatura diarística que aspire a trascender: “Lo decisivo de un diario es que hay que ponerse a escribirlo. Ello cambia la perspectiva de la vida, hace que se viva ya de otra manera”.


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