EL MURO / OPINIÓN

Disparates

Foto: EVA MÁÑEZ.

Mil euros nos cuesta al día el mantenimiento del complejo cinematográfico Ciudad de la Luz de Alicante. Y eso que está cerrado. Una pesadilla en forma de thriller fruto de los disparates megalómanos que continuamos pagando a escote y nos acompañarán durante toda la vida

7/05/2017 - 

Hace años, invitado por una institución académica a una conmemoración informal a la que habían sido convocados amigos y colaboradores de la misma de todos los colores, compartí mesa con dos alcaldesas y una altísima representante del Gobierno popular valenciano. La conversación fue ligera, amena, entretenida, informal hasta que esta última me preguntó qué opinaba de la Ciudad de las Artes y las Ciencias que apenas un par de años antes había terminado de sumar el Palau de les Arts. Aún no estaba el Ágora, ni el tercer puente de Calatrava en Valencia, a quien si le dejan todavía estaría dotando de edificios caros pero aparentes cualquier solar libre de la ciudad. Con sobrecostes y rediseños añadidos, por supuesto.

Mi respuesta fue directa: es un proyecto muy interesante, pero desproporcionado y caro de mantener, contesté. Su comentario posterior también lo fue. Ya que los tenemos y nos hemos gastado un dineral, habrá que usarlos, añadió en referencia a los edificios y escenarios que alegremente nos habíamos regalado a través de las arcas públicas y mentalidad de nuevo rico. ¿Con qué?, insistí. Ya veremos, concluyó. La conversación giró radicalmente hacia el municipalismo de interior ante el silencio cómplice o atónito del resto de comensales.

Años después fui invitado a un debate en el Museo L’Iber -Joaquín Gúzman y Carlos Aimeur lo recordarán porque estaban presentes también como ponentes- en el que me mostré muy crítico no con el Palau de les Arts en sí, sino con el despropósito de su construcción, el inmenso gasto que había supuesto o su infrautilización. Su administrador, también invitado al debate, pecó de ingenuo con toda la buena fe del mundo y confesó a renglón seguido que las cosas iban a cambiar en el futuro porque su equipo, casi recién llegado, trabajaba sin descanso en la elaboración de un plan de usos. ¿De usos?, pregunté sorprendido. ¿Es que no existía?, insistí. Se hizo el silencio. El debate cambió de rumbo sin respuesta.

Habían transcurrido no se sabe cuántos años desde la elaboración del proyecto arquitectónico, su aprobación y construcción así como de su inauguración que, una vez abierto, aún se tenía que elaborar un plan de usos, la primera de las medidas que debería haberse afrontado desde la racionalidad para un proyecto de 500 millones de euros y múltiples modificaciones y sobrecostes. Pero no. No existía, salvo la constancia formal de que allí dentro se ofrecería ópera, ballet y conciertos sinfónicos -mira que está cerca el Palau de la Música- o contaríamos con grandes nombres al frente de su parcela artística con sueldos de monarca. Habría que usarlo. Normal. No íbamos a quemarlo.

Un inciso. Me viene a la cabeza la anécdota que un día deslizó una exconcejala popular cuando siendo invitada por el arquitecto del Régimen para explicar a los cargos públicos del momento su proyecto de Palau de les Arts, aquel que sustituyó a la fuentecilla que el exMolt Honorable en todos los sentidos, José Luis Olivas, sugirió instalar en el mismo espacio, le preguntó si no creía que aquel proyecto se podía ir de las manos y era demasiado volumen para una ciudad media como Valencia, sin tanta experiencia en el género lírico. La respuesta que recibió fue la pregunta de si a ella de pequeñita no la llevaban sus padres a los aeropuertos para hacerse fotos. Estaba todo dicho. Pues sí, porque hasta cuatro millones de euros anuales -creo que esa cantidad se ha reducido considerablemente con drásticos planes de ahorro y encorsetamiento presupuestario- han llegado a ser necesarios en algunos momentos para hacer frente simplemente al mantenimiento en sí del fotogénico edifico. Sin entrar, por supuesto, en el resto de gastos artísticos o de personal. Al menos lo usamos. Tenemos ópera, una gran orquesta, un magnífico coro y una oferta de calidad, aunque su rentabilidad escénica nunca haya sido toda la deseada por cuestiones económicas.

Foto: EVA MÁÑEZ.

Esta semana leía en estas misma páginas un interesante artículo publicado por David Martínez en el que su autor desvelaba que el complejo cinematográfico de Alicante, Ciudad de la Luz, cuesta mil euros al día sólo de mantener. Y eso que está cerrado desde 2012 y poco se sabe de su destino y viabilidad futura después de que la Comisión Europea ordenara su cierre por competencia desleal con el sector privado.

El megalómano proyecto de Alicante en el que se “invirtieron” casi 400 millones para su construcción -aún se deben muchísimos y fue excusa para un pelotazo urbanístico en su entorno que nunca se produjo- nos cuesta mil pavos al día estando cerrado, sin contar otros gastos del personal que queda y su funcionamiento diario. Cada vez comienzo a estar más seguro de que los grandes proyectos no sólo se realizaron sin estudios de mercado u objetivos definidos sino con otros fines más sustanciosos. De hecho, hasta se tuvo que contratar a una empresa privada, morosa con Hacienda para más inri, a fin de que consiguiera rodajes para las instalaciones. Apenas medio centenar de películas se rodaron allí durante su corta vida. ¡Gran negocio!

Luis García Berlanga, promotor ideológico de la iniciativa, se conformaba con la Nave de Sagunt, también cerrada después de 30 millones gastados en su rehabilitación, para desarrollar su sueño. Pero no. No era suficiente para nuestra sabia y racional Administración autonómica. Ahora pagamos sólo por mantener un espacio muerto.

Supongo que a esa borrachera autonómica sería a la que se refería el ministro Montoro el otro día cuando defendía sus presupuestos para 2017. A la herencia que nos dejaron estos “alcohólicos” de la gestión pública del despilfarro, muchos de los cuales todavía campan por ahí a sus anchas. Imaginen cuántos barracones indecentes donde todavía estudian nuestros escolares se habrían eliminado con esas cantidades gastadas de forma tan obscena.

Vuelvo a la frase que recibí en su día como respuesta de aquel alto cargo. Habrá que usar los estudios y su estanque. La pregunta es cómo, para qué y cuándo. Sólo Dios lo sabe. Mientras tanto continuamos pagándolo todos a través de nuestros impuestos. Y cuidado con demorarse. Hacienda nos vigila, pero para ella y según su rasero, no siempre Hacienda somos de verdad todos. Hagan una lista en la memoria y verán sus caretos aparecer en su imaginación en forma de tráiler o pesadilla.

Una sugerencia. Los estanques pueden servir de piscina al estilo de esas japonesas donde te puedes bañar con vino, fideos y sake. Los platós ya sirvieron en su momento para clases eventuales de zumba y aeróbic. Pues a ello. Está todo inventado.

Ahora entiendo el mensaje del señor ministro y su autocrítica interna.  

Foto: EVA MÁÑEZ.

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