DISEÑO PARA EL PENSAMIENTO

Cuatro diseñadores con fax: así se creó el logo de la SGAE, con un equipo deslocalizado y sin internet

Un diseñador valenciano, uno de Barcelona, otro madrileño y uno de Cuenca presentaron en 1990 el resultado del insólito proceso y original método de crear una marca vía fax

1/10/2018 - 

VALÈNCIA. En esta era de hangouts, Skype, nubes y documentos compartidos en tiempo real cuesta pensar que hace pocas décadas trabajar elementos visuales de forma remota con un equipo deslocalizado era prácticamente imposible. Por aquél entonces, lo que hoy conocemos como internet era una red llamada ARPANET en la que apenas había 10.000 ordenadores conectados, y hasta 1991 no aparecería la denominación de World Wide Web que poco a poco aniquiló al fax, ese cacharro analógico que escaneaba material impreso y lo enviaba por la red telefónica.

Gracias a un fax Kubrick pudo machacar a Spielberg durante meses para explicarle toda la historia que se colvertiría en A.I. Inteligencia artificial (Steven Spielberg, 2001), y hace ahora treinta años, un grupo de diseñadores pusieron en marcha un proceso experimental de co-creación para diseñar el logo de la Sociedad General de Autores de España.

Todo comenzó en 1988, cuando el vicepresidente de SGAE, Tedy Bautista, trasladaba al diseñador madrileño Alberto Corazón la necesidad de una nueva marca más sólida y coherente para los tiempos que corrían. El diseñador se planteó como reto poder solucionar este encargo alrededor de la figura del autor, así que se buscó precisamente un grupo de autores para dar con un modelo de trabajo fluido, un sistema vía fax para que un colectivo de creadores diese con un resultado casi anónimo, coral.

Daniel Nebot desde València, Enric Satué en Barcelona y el conquense Roberto Turégano desde Madrid, al igual que Corazón, completaban este insólito equipo que con un aparato de fax en cada uno de los cuatro estudios empezaría a enviarse bocetos anticipándose a la interactividad de internet en una primera fase de investigación y de volcado de ideas para fijar reuniones mensuales.

El equipo se lo tomó con ilusión, además de que ya eran amigos como apunta Nebot: “Nos hemos llevado bien de siempre, nos lo pasamos muy bien y lo recordamos como una experiencia divertida”.

Si los diseñadores valencianos tienen fama de atrevidos en el territorio nacional, Daniel Nebot es para el diseño valenciano el más arriesgado y lanzado, resolutivo y enérgico. Es un diseñador polifacético y realmente un prodigio dentro de la profesión en un caso excepcional en el que el Premio Nacional de Diseño (concedido en 1995) se le queda corto.

Antes de crear su propio estudio en 1991, en su trayectoria como diseñador perteneció a los colectivos Nuc (1972), Enebecé (1981) y La Nave (1984), además de ser fundador de las iniciativas Nou Disseny Valencià (1973) y la Asociación de Diseñadores de la Comunidad Valenciana (1985).

Dibuja, talla y moldea materiales, esculpe en su taller y pule hasta el mínimo detalle los vectores desde su ordenador. Dani es un artesano y a la vez una impresora 3D, y los diseñadores no podemos hacer otra cosa que sentir envidia y admiración infinita al verlo prototipar logos, personajes, y esculturas de manera impecable que acaban convirtiéndose en trofeos o en marcas para empresas e instituciones, desde el nuevo símbolo institucional de la Generalitat Valenciana presentado este año hasta rediseñar un mortero o un bolígrafo, la marca del Jardín Botánico de Valencia, la del MuVIM o las sublimes etiquetas troqueladas del vino Maduresa.

Nos recibe en su estudio para hablarnos de este proyecto para la SGAE y por su brillo en los ojos y dialéctica nadie diría que estamos comentando un logo de hace treinta años. Accesible, espontáneo y siempre jovial, admite que sus libros de diseño gráfico son los de historia de los fenicios, los íberos o los celtas, y sobre su mesa no falta algún vetusto catálogo de yacimientos o excavaciones arqueológicas, un detalle que hace entender su diseño, que nos debería hacer entender de dónde viene realmente el diseño.

No es habitual, pero sí hay casos de co-creación de marcas como el logo de Matadero Madrid firmado conjuntamente en 2007 por Óscar Mariné, Oyer Corazón, Pep Carrió, Gabriel Martinez, Manuel Estrada y Jacobo Pérez Enciso o el diseño de la marca de la Red Española de Asociaciones de Diseño que en 2012 coordinó Oyer Corazón para que mediante colaboración fuese creada por David Abajo, Daniel Caballero, David Pérez Medina y Fernando Sánchez. Esta fórmula de trabajo mediante construcción en equipo con miembros que no colaboran en su día a día habitual es algo a lo que internet nos ha acostumbrado, pero hace treinta años, en el caso que nos ocupa, la forma se convirtió en el medio y el fax ofrecía la posibilidad de enviar notas sobre bocetos, tanteos o conceptos visuales. Internet realmente no inventó prácticamente nada, pero su agilidad lo revolucionaría todo.

El proceso estaba bien definido por tiempos, por una escaleta del proyecto que arrancó buscando signos que sintetizasen el carácter de la SGAE, sin rehuir de tópicos, dejando claras las líneas básicas de trabajo en una primera fase de envíos donde aún no habían tenido contacto personal.

El equipo intentaba quedar una vez al mes para tomar decisiones y avanzar, y fue tras el primer encuentro que optaron por tres primeras vías hacia el logo tipográfico, el monograma del autor u otras construcciones más complejas para pasar a más ensayos por fax. Nebot recuerda como si fuese ayer algunos de estos momentos importantes en los que la marca se iba definiendo: “Enric llegó a la reflexión de que un nombre así, esas siglas ilegibles, sólo podían escribirse de forma que no se pudiera pronunciar, y tomando como referencia escrituras orientales en vertical llegamos a la configuración final”.

En este proceso que duró menos de medio año las reuniones se sucedieron entre los estudios de los participantes, donde cada uno desplegaba sus armas que hacía tan versátil a este equipo, donde confluyó lo mejor de cada profesional. Nebot destaca la base cultural que tenían los afincados en Madrid, la frescura y frenesí de Barcelona y el conocimiento historicista de Satué, algo que se compenetraba a la perfección con el perfil valenciano, polifacético y resolutivo que fue de hecho quien se encargó del dibujo final cuando todos tenían ya claro el resultado.

Dieron con el equilibrio tipográfico como solución, recuperaron la representación del ojo como un paréntesis a la vez que la medición del tiempo, una apertura hacia adelante y a su vez la letra A tumbada era la mirada hacia el pasado y el ojo vigilante. Además, utilizaban tipografías clásicas entre los diseñadores, reconocidas y “de autor”, con lo que se reforzaba el brief inicial para definir al cliente.

Así, a mediados del 89 tenían ya resuelto el encargo que vio la luz en 1990 con el nacimiento de la nueva imagen corporativa de la Sociedad General de Autores de España (hasta 1995 no cambiaría su nombre a la actual Sociedad General de Autores y Editores).

La culminación del trabajo fue la publicación que ilustra este texto y resumía los puntos básicos del proceso de diseño de la identidad gráfica de la SGAE, un libro de edición limitada que se cierra con la siguiente frase: "Todos somos autores de algo que realmente no hemos hecho”.

Ya entrados en el nuevo siglo fueron tiempos convulsos para la SGAE, que hace unos años cambió hasta de marca para no ser intervenida, y con la excusa de afrontar nuevos tiempos “más transparentes y digitales” se deshizo del logo creado por Nebot, Satué, Corazón y Turégano para improvisar una solución bastante peor que la anterior.

Eran algunos de los mejores investigadores en diseño y grafistas del momento. Ahora son ya leyendas, en activo, del diseño español. Enric Satué recibió en 1988 el Premio Nacional de Diseño. Al año siguiente lo conseguiría Alberto Corazón, y en 1995 el galardonado fue Daniel Nebot. Por su parte Roberto Turégano es considerado uno de los mayores expertos nacionales en artes gráficas y en cultura del diseño corporativo, merecidos reconocimientos a un grupo único que deja para la historia del diseño español una anécdota que define muy bien el carácter valiente, arriesgado, innovador, divertido y de calidad de la profesión.

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